lunes, 24 de febrero de 2020

Primer Damo

Hubo en una Isla apartada del resto del mundo un hombre que retó a los poderosos de su tiempo.  Se había leído de pequeño todas las leyendas y cuentos de héroes que combatían contra el mal y quiso ser siempre uno de ellos.  A veces se veía como Hércules, semi dios e invencible, sólo tentado a las delicias de alguna mujer hermosa que le habría de regalar la piel de oso que un día vistiera y le abrasara vivo. Otras veces se veía como Ulises navegando mares, conquistando playas en busca siempre de su amada Penélope. En otras ocasiones era como Jayson con sus argonautas peleando contra monstruos y espejismos y las más de las veces era Perseo, peleando con un tuco de espada contra los monstruos invencibles de las diez cabezas.  Así creció entre aquellas fantasías arquetípicas del héroe soñando el día de encontrarse de frente las bestias a derrotar como antes lo hizo aquel hijo de Zeus y la mortal Danae.

            Ya de adulto, le bastó entonces estudiar en la escuela de leyes más prestigiosa de aquella Isla, para darse cuenta de que en adelante habría de estar rodeado de bestias y de la mayor pluralidad de seres aberrados que creían haber alcanzado la iluminación con la mera obtención de un titulo tan vulgar como lo es el del abogado que no es otra cosa que un manejador de sofismos para moldear las cosas de tal manera que siempre escapen a la verdadera justicia.  Y allí se encontraba él, en aquel edificio de frío mármol tan sólido que sólo puede corroerle la polilla de la corrupción, nada más.  El mismo centro judicial de la región donde los años transcurridos en el ejercicio de la profesión no eran otra cosa que un cúmulo de hastíos.  Había incluso, transcurrido una década de haber renunciado e insultado a todos los jueces de aquella colonia por ser meros farsantes e imitadores de los que de verdad lo eran en la metrópoli y a pesar de ello, todavía como un vicio no podía dejar de ejercer aquella profesión vampira.

–Ustedes no valen la toga que visten. – Les dijo un día, pero en inglés, y como el juez a quien él se dirigía no dominaba el idioma del invasor que ellos adulaban y ante el cual servían de rodillas, le declararon con lugar permitiéndole salir del caso del cual denunciaba la crasa corrupción que pudre al sistema judicial.  Recordaba ese evento del cual salió airoso, intacto, pero sin dinero, sin poder dejar de ejercer la maldita profesión para siempre.  Nuevamente se encontraba ante otra encrucijada y ya entrando en sala pensaba cómo la haría para mandar para el carajo a aquel juez que no era otra cosa que un minúsculo hombrecillo perdido en su toga negra.  Un ser verdaderamente despreciable, que según el perfil psicológico realizado por un doctor amigo suyo le había expresado que aquel infeliz no era otra cosa que la vileza encarnada por frustraciones y complejos que desquitaba en otros utilizando la toga de juez como excusa para atropellar lo que como hombre jamás sería capaz de enfrentar.

–Buenos días.  Para efectos de registro, el Licenciado Gonzalo González González, abogado designado de oficio para representar a Don Eulogio Llanos Portentos. – Se presentó como de costumbre una vez llamado el caso que era uno ex parte por lo cual no había otro abogado en sala.    

        Buenos días. – Contestó el juez mirando de reojo a su interlocutor y de inmediato preguntó: ¿Algo que informar?

        ¿Informar? No exactamente, juez.

        ¿Bueno, y qué entonces? – Preguntó aquel juez de rostro sin luces, sonreído en su propia socarronería.

        Juez, a mí se me ha asignado de oficio representar a Don Eulogio por razón de su condición de salud y para verificar la voluntariedad de su ingreso a un hogar para personas con discapacidad.

        Así es. Prosiga.

        A eso voy, juez. Don Eulogio, según informa la social del caso aquí presente, está en un estado de lucidez en el cual él mismo reconoce su capacidad para tomar decisiones bien informadas y libres de toda coacción.

        Eso está muy bien licenciado. No veo impedimento entonces para que este tribunal acoja el informe de la social y proceda a conceder la petición ya consentida por el propio peticionado para que este permanezca bajo tratamiento en un hogar destinado a esos efectos.

        Precisamente, juez, ahí es que está el detalle como decía aquel comediante mexicano.

        No me venga con chistecitos que sabe usted que no está muy bien parado entre nuestra clase togada.

        Si no es chistecito juez.  Es más, el único chiste aquí es usted juez.

        Licenciado, no le voy a permitir ninguna de sus extravagancias y menos que venga en corte abierta a faltarme el respeto.

        Lo falta usted señor juez.

         (Iracundo) Usted está ya en desacato, pero lo quiero escuchar para asegurarme que el desacato va a ser uno tal que no habrá manera de que usted se libre de la cárcel. Hable licenciado.

        Juez, pido disculpas si le ofendí con lo del chiste, pero en términos estrictamente serios usted no debe estar ejerciendo el cargo de juez.

        A ver: ¿Por qué razón?

        Por una sola juez.

        Dígala.

        Porque usted es nada más y nada menos que el primer damo de esta Isla y como tal sus funciones deben ser ayudar en los asuntos protocolarios y de relaciones públicas a la gobernadora Blanca Vaca del Toro.

        ¡Usted es un charlatán!

        No juez. El charlatán en todo caso es usted que pretende ver casos sin que el puesto de primer damo le afecte en su juicio.

        Por qué me habría de afectar si a excepción de usted aquí desde que mi esposa se convirtió en gobernadora los abogados y abogadas vienen con el mayor de los respetos y propiedad. Nunca había observado mejor comportamiento entre sus colegas. Por su puesto usted es la nota discordante, usted no está a la altura y elegancia de ellos y ellas.

        ¿Y usted los cree sinceros? Se mueren de miedo. Son otros, no son ellos, fingen ante usted que tiende a ser muy severo. Eso sin contar a los que carecen de toda espina como meras babosas, moluscos resbalosos que se cuelan por cada rendija que el artificio de sus zalamerías les abre para conveniencia.

        Vamos a suponer que finjan, que no sean sinceros: No es lo que siempre hacen ustedes por congraciarse con cada juez para que les resuelva a cada cual su enredo.

        No juez, a excepción de esas lapas que le acabo de describir, mis colegas hacen honor al arte de la diplomacia, la cordialidad y la amabilidad con quien ha de servirle la justicia.  Se comportan por lo regular como lo harían con el cocinero o el mesero que lleva el plato de comida a la mesa. Lo menos que quieren ser es groseros contra quien tiene el transitorio poder de escupirnos la comida.

        ¿A dónde quiere llegar usted con esto?

        A que usted entienda que un primer damo, no puede ser juez del pueblo. Usted tiene serios conflictos de interés por no querer asumir el verdadero puesto que le corresponde.

        ¡Soy juez!

        Un juez que se ha quedado tuerto. Con un ojo vendado por ser componente de la rama judicial y el otro abierto por ser componente, al ser el consorte de la gobernadora en la rama ejecutiva. No puede ni debe estar en dos ramas de poder a la misma vez, señor juez. 

        Es que no lo estoy.

        ¿No duerme usted con su esposa la gobernadora?

        ¿Y a usted qué le importa?

        No es a mí, es al pueblo, pero más que al pueblo a los que vienen aquí para que usted les sirva justicia; pero ¿cómo ha de servirla sin escupirla cuando viene un abogado o algún ciudadano que haya hecho expresiones negativas y bien merecidas a su esposa?

        Pues no me doy por enterado cuando lo hacen ni quién lo hace.

        Y su esposa, como toda mujer herida y cargada ¿no viene donde usted para que le consuele, para que le sirva de paño de lágrimas, para al menos desahogarse de cada crueldad que se pueda inventar la gente bajo el manto del derecho a la libre expresión?

        No me cuenta, ella es muy estoica y le resbala todo lo que dicen de ella.

        Y usted como sabe que le resbala, que no le molesta si a usted no le dice nada.

        Porque la veo alegre, la señora gobernadora, mi esposa es feliz.

        ¿Y usted no se molesta si se entera de las cosas que se dicen de ella, de lo que este mismo abogado sobre su esposa ha podido decir? Recuerde que yo lucho en contra de todo lo que ella y su partido representan.

        Usted no lucha, lo que hace es jo..fastidiar a los que estamos a cargo de este país en las tres ramas.

        Ustedes no están a cargo sino cargándose todas las instituciones del país, ustedes son verdaderas larvas de parásitos sociales…

        Alguacil, espose a este hombre y manténgalo bajo arresto y cítese para la correspondiente vista por desacato al tribunal.

Ya atado de manos, encadenado en sus tobillos con serios grilletes de la injusticia, Gonzálo gritaba en total desafuero:

        Usted es el esposado, juez de mierda. Estas esposas durarán hasta que cumpla con mi desacato, pero de las suyas nunca podrá zafarse, usted está esposado a la gobernadora, usted duerme con el conflicto, usted fornica la justicia, ¡La viola…juez…váyase al carajo!  
Y así fue como aquel que soñaba de pequeño luchar contra bestias de diez cabezas como lo hiciera aquel semi dios llamado Perseo, mandó para el mismísimo carajo al juez que no le quedó más remedio y con gran deleite que mandarle para la cárcel por treinta días.

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