Un día, de esos en que la bruma de polvos proveniente del desierto del Sahara, se confunde con los nubarrones de cenizas del azufre volcánico para hacer de fondo a nuestra realidad isleña, al entrar al vestíbulo del tribunal, me percaté que estrenaban banquero automático. El lagarto que lo acababa de instalar, con sonrisa socarrona guiñó su ojo a los alguaciles que guardaban la entrada y salida de aquel recinto de la justicia criolla, mientras muy orondo en su andar de brinquito en dos patas se alejaba silbando el tema de una película de Marlon Brandon. Luego, ese mismo día en la tarde, lo volví a ver, pero ya vestido de abogado, con otro guiño a un juez. Me preguntaba cómo nadie se percataba que se nos había colado un caimán de hocico largo, dientes filosos y torcidos que apenas podía disimular como no disimulaba su cola sinuosa en aquel lugar de togas solemnes y voces engoladas. Pero la vida de muchos abogados, independiente de su talento y capacidad, está ligada a la supervivencia del día a día y pronto olvidé aquel reptil o por lo menos supe ignorarlo para no perturbar mi paz mental o provocarme un diagnóstico desagradable de alguien que no me quisiera bien. No volví a recordar aquel caimán con corbata hasta estos días que se ha hecho notorio por sus artes en el mundo de la santería. Por aquello de la curiosidad y como ya casi ni dedico el tiempo a ejercer esa triste profesión de jugar a la justicia, me di a la tarea de localizar al susodicho. Al siguiente día de la noticia y su revuelo, me levanté temprano, tomé mi tacita de café y me fui por cada pantano, laguna, charca y hasta inodoro abandonado sin poder dar con el archí famoso rastrero. Sin embargo llegué a dialogar con otros caimanes y caimanas que lo conocieron y bajo anonimato proveyeron cierta información interesante sujeta a ser corroborada cuando por fin diera con el destino de aquel pícaro que había logrado burlar a tantos ejecutivos y ciertos honorables, mientras se paseaba por pasillos de lujoso mármol codeándose con entes del poder político, social, jurídico y económico del país. Los pocos que hablaron, algo reticentes por temor a represalias, venganzas y hasta hechizos, pidieron no ser identificados bajo circunstancia alguna. A continuación les presento parte de los diálogos que culminaron con la gran entrevista a Don Caimán, que es como lo llaman en ese mundo surrealista:
—Mire, es que Don Caimán todavía está muy conectado. Si se llega a enterar que hemos hablado de él, corremos un gran peligro.
—No se preocupe que para nada serán sus nombres revelados.
—¿Seguro? Mire que aquí en esta Isla, todavía los caimanes somos minoría y Don Caimán se las arreglará para saber de una forma u otra quién estuvo hablando de él a sus espaldas, aunque fuera en anonimato.
—Vamos a hacer un trato.
—¿Cuál?
—Que si se llegara a publicar un escrito haciendo referencia a esta conversación, salvaré la responsabilidad de ustedes alegando que todo el mismo, ha sido una ficción producto de mi imaginación.
—Me parece justo. Además: ¿Quién en su sano juicio va a pensar que los caimanes nos la pasamos por ahí entre ustedes disfrazados de ejecutivos, abogados, profesionales y hasta de honorables?
—Ya usted ve. Mi historia será tan increíble y fantástica que creerán que la escribí nada más que para entretener.
—Ay, Míster, si más que entretenidos están ustedes los humanos en esta Isla, para qué usted va a escribir algo como para entretener. Los tienen entreteniditos. Mire cómo todo el mundo habla del IVA como si hablaran de un juego de futbol o de baloncesto. A la larga protestan, gritan y pataletean y sus gobernantes creídos en la investidura divina que baja cada cuatro años a iluminarlos no harán otra cosa que aprobarles y espetarles sin compasión esa nueva carga tributaria.
—¡Vaya que usted es reflexivo!
—¿Qué remedio nos cuesta a los caimanes y otros como los de nuestra especie? El tiempo lo pasamos lentamente, lo degustamos como degustamos suavecito todo lo que nos comemos mientras tomamos sin preocupación el sol a la orilla de las lagunas. Es así que podemos escuchar el tic tac lento del tiempo a la vez que vamos reflexionando sobre la existencia.
—Sorpresa que me da usted. No sabía que los caimanes fueran tan profundos.
—Ni yo tampoco, pero que desde que Don Caimán se atrevió zurcirse de ropa fina como todo ejecutivo humano, hemos empezado a reflexionar que quizás debamos salir de estos pantanos y apoderarnos del gobierno de esta Isla en bancarrota. Basta con que alguien de la misma especie de un salto para que los demás le sigamos como si hubiera sido el salto individual de cada cual. Creo que ustedes tienen algunos estudios sobre ese tema.
—Me declaro ignorante, puede ser…pero lo que noto es que es usted ambicioso. Mas no distraigamos el tema, que luego volveré para que me cuente más de la vida caimana. Dígame cómo Don Caimán se coló entre los humanos.
—Quien más le puede dar detalles, pues lo conoció en la misma intimidad es una caimana que vive más abajo en aquellas cuevas que usted ve allí donde retozan aquellos caimanitos que son sus biznietos. Lo único que le puedo anticipar es que después de convivir con ella una temporada, se pelearon y él se enamoró de una rubia.
—¿Una caimana rubia?
—¡Nombe no! ¿Usted es inocente o se hace? ¿Cuándo ha visto usted un caimán con pelo? Una rubia humana. Pero vaya que ella le va a contar mejor. Yo estoy aquí esperando con boca abierta a que caiga algo, no soy tan ambicioso como Don Caimán.
Me dirigí de inmediato a las cuevas de la caimana quien al mero asomo me increpó con furia vieja y sin darme siquiera tiempo a presentarme o introducir la conversación, disparó una andanada de frases aquí impublicables que había guardado para dirigirlas algún día al amante que la abandonó a medio empollo de una docena de huevos de caimanitos por nacer. Si bien él muchas veces regresó y vio por ellos, ella no le perdonaba su fuga con la rubia del banco.
—Ya sé a lo que viene. Por aquí todos nos enteramos de lo que está pasando. Yo no tengo pepitas en la lengua, piedras y mucho menos tortugas, así que hablo rápido y al punto; pero tampoco crea que me voy a prestar para decir todo lo que usted piensa que me puede sacar. Soy la única aquí que no le tiene miedo a Don Caimán y que se atreva a meterse conmigo. Total que es más lo que tiene que agradecerme que reprocharme. Pues a pesar que con la rubia escaló todas las esferas de poder, fue conmigo que escaló... Bueno a usted no le importa. ¿Quiere saber dónde está? ¿Quiere una entrevista con él? Vaya a Condado, porque lo de él ahora es el agua salada, las olas y los penjauces.
—Una sola pregunta, si me permite. — Le dije tímidamente.
— ¡Una sola y se me va pa’ casa’el carajo!
--- He, he… ¿Por qué Caimán, la abandonó?
—Ay, ay, por qué me pregunta eso y delante de estos biznietos que son su descendencia encaminados ya desde chiquitos a ser abogados, pastores evangélicos, políticos y toda cosa que se arrastra en sociedad…Por eso me tiene más que agradecer porque a pesar de ser tan ingrato, tan granujam; le he sacado su descendencia hacia adelante. Vaya a la legislatura, a las cortes del país, a cuanto sitio se hace y se deshace y encontrará un descendiente de Don Caimán. Pero el muy ingrato, el hijoeputa cabrón me dejó por una humana, por una rubia que pasaba por arriba en el puente y él la tenía muy ligada y se buscó la excusa de irse pal carajo el día que encontró a Juancho, el caimán con quien usted habló ya, trepado inocentemente encima de mí sacándome una espina de mangle que se me había espetado en la cabeza ese mismo día. Porque yo sí que soy una lagarta decente y no como esa cuera que se lo llevó y lo convirtió de noche a la mañana en ejecutivo. Pero vaya, váyase pa’ Condado y que sea él quien le cuente.
Dejé aquel lugar inundado en lágrimas frías de la caimana y no tardé mucho en llegar a Condado, a un lugar de esos muy exclusivos e inaccesibles para la mayoría de nosotros. Me las arreglé como pude y para mi propia sorpresa me recibió en su “Pen House” el mismo Don Caimán, envuelto en bata de terciopelo, fumando descaradamente un cigarro y ofreciéndome hospitalariamente los manjares y delicias que chicas en menudas ropas no cesaban de servir. El océano Atlántico, murmuraba entre salitre y olas lo que sería el fondo de nuestra conversación. Me miró a los ojos, sentí la incomodidad de ser observado fijamente por un animal de otra especie que no se suponía estuviera allí y sin más me guiñó un ojo y comenzó, sin yo preguntar, a dar detalles de sus andanzas.
—Para que no perdamos tiempo vamos directo al grano. También yo te vi en los tribunales y me decía: “este no cuadra aquí.” ¿Recuerdas aquel ex juez, supuestamente amigo tuyo, que te dijo que no eras bueno haciendo amigos, pero excelente haciendo enemigos? ¿Verdad, lo recuerdas bien? Pues quien le comentó eso para que te lo dijera fui yo. Pero algo raro te pasa, no entiendes los mensajes o no los quisiste entender.
—Recuerdo, recuerdo, pero dígame… ¿Cómo de un simple caimán ascendió a través de los círculos del poder hasta lograr tanto control como el que logró?
—Motivación, muchacho. Y te voy a ser bien sincero, no hay mejor motivación para ambicionar el poder y la ostentosidad que aquí observas que aquella de no estar por nadie ni nada excepto por alimentar y ver crecer el propio ego hasta donde nadie tiene idea. Mientras más deseos de ostentar y aparentar tienes, más lejos llegas.
—¿O sea que usted reconoce que es su ego insaciable lo que lo movió y le impulsó?
—No soy otra cosa que ego, puro ego que se alimenta del ego mismo y del placer de las cosas, especialmente de la destrucción de los enemigos, que es casi todo el mundo. Toma date un pase.
—No, no uso nada de eso. ¡Vaya filosofía!
—¿Y quién carajo te crees tú para juzgarla? Tú, infeliz que no tienes en qué caerte muerto y mucho menos has de tener quién te recoja? Pero vamos a los detalles para que sepas cómo se bate el cobre. Se necesita darse el cantazo que yo me di cuando encontré a la puta esa de la Caimana con Juancho encaramao. Ya yo le había echado ojitos a la rubia del banco que pasaba en minifalda todos los días por el puente de la laguna. Ese fue el día, que aún en cuatro patas la seguí y tuve la osadía de hablarle. Primero fue tímida, quizás horrorizada, pero poco a poco descubrimos que estábamos hechos de lo mismo, de ambición de apariencias infinitas; así que la convencí que me usara como maletín y de esa manera encubierta fue que por primera vez me colé entre humanos. ¿De qué te ríes?
—No de nada, sólo que aunque creo haber visto algo así en los muñequitos, me parece que no deja de ser original y gracioso a la misma vez.
—Empecé desde abajo, pero pronto ascendí. Cuando hice conexión con los de mantenimiento fue el palo. Ya no tenía que ir de incógnito y luego lo demás es historia de la cual tú mismo puedes dar fe.
—No creo.
—No te hagas, si tuviste un casito hace años con nosotros y todo quedó en el limbo. Te voy a refrescar la memoria. Aquel caso en que la jueza sustituyó al que dictaba sentencias a lo loco, la juez que es más fea que la misma vieja caimana; por lo bajo dejó aquella reconvención fuera del pleito y se ensañó aún más contigo que eras el abogado y el demandado y te llovieron de pronto los problemas. Era como una maldición gitana de esas que le auguran multiplicidad de pleitos la que te hubiera caído.
—Sí, ya recuerdo la juez que conectaba su aura con las sombras para hacer su fechorías.
—¡Ah tú ves el aura! Con razón te metes en tanto problema, a veces es mejor no ver, no oler, no escuchar…mini, maini, mou.
—En medio de mi cáncer me relevó de un caso sin que se lo solicitara. Ensañada completamente, pero para entonces estaba luchando entre la vida y la muerte.
—¿Y no lo estás ahora? Olvida que te pregunté eso. Mira me caes bien a pesar de todo. Ese caso, no el que te relevó la juez, el otro, el de la reconvención contra el banco, lo teníamos cuadrado desde antes de que compraras la finca. Fue un error de cálculo que se te vendiera a ti. La íbamos a recuperar para pasársela a un ex senador que estaba muy interesado en ella. La idea fue hacer que fallaras en los pagos de una manera u otra, hostigarte hasta más no poder y en última instancia jugar la carta del débito que dejamos de cobrar para que se te reflejara el atraso y demandarte para ejecutarte la propiedad. Trataste de negociar pero le dimos instrucciones al Sr. Maraña, quien era un primo caimán que pusimos en servicio al cliente para que te pidiera un proyecto de tus planes de desarrollo, te robara la idea y continuáramos con la ejecución de la hipoteca porque al fin y al cabo nunca aceptamos que te pusieras al día como quisiste, simplemente no nos dio la gana de aceptarte el pago. Te queríamos joder, dejarte en la calle, sin crédito, sin nada. Disculpa que suspire, pero estuvimos cerca… El juez ya estaba hablado, por eso dictó sentencias que no correspondían a derecho. Cuando el caso volvió del apelativo, te cambiamos de juez y lo encuevamos porque se había calentado mucho. Entonces es que llega la juez caimana, esa que te dejó sin reconvención en una ocasión que no llegaste a una vista de estado de los procedimientos. Tú eras tu propio abogado y eras el cliente, eso no te ayudaba mucho porque no siempre pudiste ver rápido nuestras trastadas.
—A la última juez que vio el caso le dije que no se manchara con el mismo. Incluso le pedí que lo elevara al tribunal Supremo para que revisaran toda la conducta de jueces y abogados.
—Pero no lo hizo. Eres muy sano, muy inocente. Crees en la justicia y no en el sistema. Debería ser al revés, yo creí en el sistema tal y como me lo presentaron y mira quién y cómo aquí es hoy el anfitrión. El sistema ha trabajado para mí, no para ti. Esta es mi venganza, que vinieras a entrevistarme en mi opulencia, sin evidencia ni nada en mi contra. Soy el caimán que te movió en contra ese caso como otros porque una vez este caimán muerde, no suelta la presa. ¿Por qué crees que la jueza a cargo del listado de casos de oficio no perdió tiempo después de tu cáncer y te llamó para clavarte en los dos listados de abogados de oficio? El sistema no le gusta que lo reten, que lo cuestionen. Te pintarán como el malo, el rebelde, te destruirán porque el sistema no cree en esa justicia con la que tú sueñas.
—No creo que seas un caimán.
—No. No lo soy. Soy el Ego y su vanidad, el caimán es una buena imagen que retrata todo esto, pasa que a veces hay unos que nos salen cocodrilos…
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Siempre pensé que tenía la suficiente noción de los egos en la clase profesional de nuestro país,pero esto se eleva a otro nivel donde la mezquindad y la podredumbre son reyes absolutos...
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