Galletitas de Melancolía
Para leerse escuchando Samba Pa ti
https://youtu.be/_MpQ4XOO99E
Era
noche de luna. De esas bien llenas que alumbran con la misma brillantez que
muchos días de nubarrones pesados, envidiarían. Mirando a través de la ventana
de la alcoba vislumbraba las sombras de árboles que el viento mecía en silbidos
de noche para tomarse aquel brandi obscuro que le era indispensable en aquellas
noches. Todavía me puedo dar una copa más. Pensaba, mientras veía que la luz
del baño del dormitorio seguía prendida y por debajo de la puerta fragancias de
jabones finos envueltas en vapores de agua caliente cual neblina se filtraban impregnando
con sus aromas el aposento.
Bajó
las escaleras y en la sala de estar se sirvió en una taza cual, si fuera una
bebida caliente, el remanente de la botella de Felipe II. A sorbos pensaba
tantas cosas mezcladas en amalgama de tiempos, recuerdos de luces y sombras cómo
iban cociéndose también entre su mente y su paladar al aroma del brandi y los
perfumados vapores que impregnaban ya la casa.
Recordaba
aquel sueño que le perseguía de toda la vida. La mujer piel canela en fuego,
allí sentada a la frescura de un balcón y al chirreo de la madera antigua que
al vaivén de la mecedora de caoba dura rechinaba ansiedades ocultas. Ella le
sentía como un roce extraño del viento silbante de agujas de pino mientras aspiraba
profundamente la fragancia inevitable del árbol que personificaba las ilusiones
anheladas. Y en su sueño, él le enviaba caricias de sus manos entrelazadas al
viento en aquella distancia. Ella sin darle importancia a nada seguía meciendo
fantasías diversas hasta que se quedaba dormida y soñaba
en el sueño que le soñaban.
Con brandi en taza que le disimulaba la naturaleza
de la bebida, vio que ella bajaba las escaleras en sigilo por si acaso se había
dormido no despertarle de sorpresa. Así acostumbraba en casos necesarios,
regresarlo del marasmo a la vigilia lentamente con la única suavidad que
siempre pudo ella tener. Vestía de camisón de seda blanca que se adhería a
todos aquellos recuerdos de piel por él transitada a través de los años.
Sonriendo la miró, pero ella no respondió a la sonrisa de su amado sino con una
pregunta.
–
¿Qué es eso?
–
Estoy comiendo mis galletitas
de melancolía con chocolate espeso. – Entonces ella se rio por tan creativa defensa.
–
Sí, claro. No seas bobo. – Y le señaló también, con dejo melancólico,
hacia la escalera que daba a la alcoba. – ¿Quieres ir a la cama?
–
A la cama. – Y caminó con
ella hasta el aposento.
Entonces recostado ya en el lecho, se quedó mirándola. Ella de espaldas a él que
la observaba, flexionaba contornos sinuosos para despertarle más los deseos de
siempre. Excitantemente provocadora, dejó caer la parte superior del camisón
hasta la cintura donde era bloqueado por la multitud del contenido pélvico en
remeneo rítmico de caderas y glúteos hasta quedar completamente desnuda.
–
Ven. – Le dijo entre orden
tímida y súplica mientras ella se giraba en cámara lenta dándole idea de como
quería que pasara la noche entre ellos.
También él quería que fuera interminable y en complicidad como en los más
remotos de sus recuerdos se fueron juntando a la vez que ella se dejaba
deslizar sobre él que le extendía la mano suavemente para que descansara sobre su
pecho y empezaba a llenarla de besos que le eran correspondidos con dulzura y
lágrimas.
–
¿Por qué estás llorando
otra vez?
–
No te preocupes, me
gusta.
–
¿Estás segura?
–
Sí, de seguro han sido
esas galletas de melancolía que comiste y aún te quedan en la boca.
–
Sonrieron juntos e
hicieron el amor como nunca, reprimiendo los deseos intensos e infinitos de concluir,
guardándose como para el fin del mundo. Se perpetuaron en olas placenteras, hipnóticas
trascendiendo sonidos, encendiendo luces, alumbrando la alcoba, estrellando
lamentos, gemidos, quejidos en un constante aullido mutuo que espantarían ánimas
transitando en aquellas horas. Pero siempre se llega, se alcanza se quiebra el
cristal de los cristales inter dimensionales del placer y vienen los besos
tiernos, las miradas del alma y el diálogo.
–
¿Desde cuándo te dio con no
aceptar las verdades absolutas e irremediables?
–
Desde que murió mi padre
cuando tenía cinco años.
Ella lo miró compasiva, nunca con pena, le sonrió, le dio un beso en la
frente y se fue para siempre. Él
entre llanto y suspiros se quedó dormido.
***
– Él se cree que estoy viva. – Le dijo a la otra muerta, ya en su tumba.
–
Y él está más muerto que nosotras
que sabemos que lo estamos, pero él ni sabe si vive, si muere, si estás viva o
estás muerta. No regreses más y quédate en tu tumba.
Entonces se volteó aquella otra ánima en su tumba y se puso a fornicar
el recuerdo de otro vivo al sonido de una samba.
https://youtu.be/_MpQ4XOO99E
Copyright © augustopoderes13 de
septiembre de 2020