domingo, 1 de marzo de 2020

Saulo



Nada como un día en San Juan, cuando el cielo nítidamente despejado te permite entre el salitre y los susurros del oleaje del legendario Atlántico, disfrutar el azul en las tonalidades cocinadas con los verdes profundos que al son de espumas blancas baten las playas patrias.  Decides desde Condado, deleitar tus sentidos y caminar hacia la ciudad amurallada eterna ya en la conciencia colectiva del planeta.  Vas rememorando las imágenes de la redención puertorriqueña, aquella de la muchedumbre inmensa que expresó la voluntad nacional y que representó el modelo para otros levantamientos pacíficos en otras naciones a partir de aquel verano de 2019.  El mismo verano inolvidable que recorrió en imágenes de banderas puertorriqueñas flotando a una sola voz de aquel #RickyRenuncia.

Cruzas el puente dos hermanos.  Caminarlo, siempre es nostalgia de tiempos distantes que coexisten en una simultaneidad que tienta a la inspiración. Aspiras con toda conciencia hasta llenar tus pulmones que una vez probaron del tabaco y dejas lentamente exhalar pensamientos al estilo nueva era aquellos que necesitan ventilarse y dejarse allí para ser reciclados a la vera de la marea. Lo único que perturba tu caminata es ese sonido de algunos vehículos de motor. Todo lo demás es una perfecta armonía de luz y colores que al son de tus pasos, el viento y las olas te permiten relajarte y recargar energías para la semana laboral que comienza mañana martes. 

Es lunes, fin de semana extendido, no recuerdas o no sabes qué se celebra, pero total que ha sido buena excusa para no hacer mucho excepto relajarte y distraerte.  Un vehículo de motor asperjando no sabes qué, te acaba de rebasar al superar la cuesta del parque del milenio.  El zumbido de la bomba rociadora y la estela que va dejando esta como una nube, se han contrapuesto al estado mental que te mantenía absorto en tus pensamientos más sublimes del “om” universal que aprendiste con aquella maestra de yoga que te tirabas mientras practicabas ese y otros mantras.  Levantas el cuello de tu camiseta mono-estrellada para cubrirte el rostro hasta que salgas de la nube que el imprudente chofer ha dejado. 

–¡Cabrón! – No has podido reprimir el grito.

–¿Qué? – Escuchas esa voz frente a ti.

Entonces bajas la camiseta que te ha cubierto toda la cara como máscara/filtro y allí frente a frente está mirándote huraño un anciano coquipelado de barbas blancas y onduladas.  Tomas distancia extendiendo tu brazo derecho como medida de seguridad y puedes ver que está vestido de una indumentaria muy particular.  Parece como salido de un cuadro renacentista con aquellos ojos de quijote extraviado y el aura de santo.  Permanecen fijamente mirándose por un instante hasta que rompes el silencio de aquel encuentro tan extraño para explicarle la expresión tan súbita.

–No fue a usted, disculpe. – Le dices mientras tratas de continuar tu paso. 

–No es conmigo que se tiene que disculpar, es con el señor. – Te dice mientras se mueve al lado que pretendes utilizar bloqueándote el camino.

–¿Cual señor?  Al único que estoy viendo aquí es a usted. – Le dices.

–Claro que no lo estás viendo.  Mi señor subió al cielo y yo soy quien en la tierra lo represento para la salvación de las almas.

–Entonces es usted Pedro. – Le digo para seguirle la corriente a este anciano que me parece bastante chiflado pero simpático con aquel acento de profesor retirado de latín.

–¿Como te atreves? – Reclama iracundo.

– Perdone, estoy bromeando. – Le repliqué con tono lo más calmado posible para que no crea que lo estoy tomando por loco.

¡Soy Saulo! Mejor conocido en el tiempo como Pablo. ¡Soy Pablo de Tarso! –

Tu primera impresión de que estaba frente a un chiflado parece ahora la correcta y estás pensando seriamente empezar a correr para alejarte de ese tipo extravagante vestido con telas raídas y una falda al estilo de los antiguos centuriones romanos. 

–¿No hace más de dos mil años que a usted lo crucificaron cabeza abajo junto a Pedro?

–Pedro, Simón, Cefas…– murmura – ¡El galileo! –

–Sí. Pedro era galileo como Jesús nuestro salvador.

–Pedro – Murmura.   

–¿Le molesta que lo mencione?

–No exactamente. Es que si no es por mí Pedro no llega a Roma.   

–¿Ah y usted sí podía llegar a Roma?

–¡Pues claro hijo! Yo soy judío como Jesús, como Pedro, como los demás apóstoles, pero tengo algo que ellos no; y he sido por tanto clave para expandir el evangelio.

Piensas que el anciano se está creyendo que es Pablo el de la biblia y estás de repente metido en su desvarío con reflexiones metafísicas y teológicas al continuar el dialogo.

A ver: ¿Y qué era eso que usted tenía que ellos no?

–Que tengo. – Corrige. Que la existencia toda es una sola; todo tiempo se da en un simultáneo. ¡Por tanto tengo ciudadanía! Yo soy ciudadano romano y a la misma vez que te hablo me están crucificando. –

Observas su rostro apesadumbrado, sin orgullo, sin ganas de ser ciudadano como dice, con dejo de remordimiento y arrepentimiento.

–¡Conque era usted ciudadano romano!

–No lo entiendes. Soy ciudadano romano, Eso lo sabe todo el mundo. Léete los Hechos.

–Es cierto, los he leído, pero nunca hizo alarde de que era romano y por el contrario mantuvo siempre la línea entre los judíos y los que no lo eran. Tan es así que insistía en circuncidar a sus discípulos.

–¡Calla, que por eso andan diciendo cada cosa los impíos! 

–Sí por lo de Silas, estaba grandecito para que usted se lo llevara y lo circuncidara. Cosas extrañas que tienen las religiones.

–Eres un atrevido. ¿Cómo te atreves a cuestionar?

–Se lo cuestionó el mismo Pedro, indirectamente porque a usted todo el mundo se le sometió, le cogieron miedo, impuso su propia doctrina.

–Nunca he dejado de ser judío, nadie dijo que dejáramos de ser judíos.

–Pero no me acaba de decir que era romano.

–Ciudadano romano como hecho jurídico, sí porque no me queda remedio, pero judío, aunque naciera en la luna. –

Al escuchar esa frase de la poesía de Corretjer hecha canción por Roy Brown piensas que el tipo no es otra cosa que un drogo, un hippie de los sesenta todavía en un viaje con ácido lisérgico.

–Estás pensando que soy un hippie en ácido y fanático de Roy Brown.

–Para ser sincero, sí.

–Pues yo por serlo siempre te digo que soy Pablo y que, en este mismo momento simultáneo de la eternidad, me están crucificando los malditos que me otorgaron la ciudadanía romana. – Aquella revelación me puso la carne de gallina.

–¿Entonces se puede estar en varios lugares y tiempos a la misma vez? – Preguntas ingenuamente recordando pasajes de ciencia cuántica y física subatómica.

–No sólo eso, se puede estar en diversas dimensiones donde las leyes de la física como ustedes la entienden no aplican. –

Ahora piensas que el tipo es un ET.  Te sientes mareado.

–¿Qué importancia tiene entonces ser ciudadano romano?

–La misma que tiene para ustedes la ciudadanía americana.

–¿Cual?

–Para que te claven cabrón.

La palabra retumba en tu mente como eco de la que automáticamente has pronunciado al zumbido de la rociadora.  No hay anciano.  Retornas a la realidad tridimensional nuestra cuando vas pasando frente a la plazoleta norte del capitolio. Allí la gobernadora de esta colonia alucinante y los fariseos de su partido celebran por primera vez la ciudadanía americana que impuso el imperio hace más de cien años.  Te sientes como el anciano, como Saulo, conocido por Pablo, ciudadano del imperio que mató a tu maestro, que martiriza a los tuyos y crucifica al pueblo entero mientras hacen el ridículo.  

Epílogo

El anciano junto a Pedro y demás mártires observa desde la eternidad, despierto en la simultaneidad del tiempo sabiendo que los imperios a los ciudadanos como Pablo, judío, aunque naciera en la luna, los siguen crucificando las potencias que imponen ciudadanías, no para salvarnos sino para clavarnos todos los días.  

augustopoderes copyright (c.)  1 de marzo de 2020