Nada como un día en San Juan,
cuando el cielo nítidamente despejado te permite entre el salitre y los
susurros del oleaje del legendario Atlántico, disfrutar el azul en las
tonalidades cocinadas con los verdes profundos que al son de espumas blancas
baten las playas patrias. Decides desde
Condado, deleitar tus sentidos y caminar hacia la ciudad amurallada eterna ya
en la conciencia colectiva del planeta. Vas
rememorando las imágenes de la redención puertorriqueña, aquella de la
muchedumbre inmensa que expresó la voluntad nacional y que representó el modelo
para otros levantamientos pacíficos en otras naciones a partir de aquel verano
de 2019. El mismo verano inolvidable que
recorrió en imágenes de banderas puertorriqueñas flotando a una sola voz de aquel
#RickyRenuncia.
Cruzas el
puente dos hermanos. Caminarlo, siempre
es nostalgia de tiempos distantes que coexisten en una simultaneidad que tienta
a la inspiración. Aspiras con toda conciencia hasta llenar tus pulmones que una
vez probaron del tabaco y dejas lentamente exhalar pensamientos al estilo nueva
era aquellos que necesitan ventilarse y dejarse allí para ser reciclados a la
vera de la marea. Lo único que perturba tu caminata es ese sonido de algunos
vehículos de motor. Todo lo demás es una perfecta armonía de luz y colores que
al son de tus pasos, el viento y las olas te permiten relajarte y recargar
energías para la semana laboral que comienza mañana martes.
Es lunes, fin
de semana extendido, no recuerdas o no sabes qué se celebra, pero total que ha
sido buena excusa para no hacer mucho excepto relajarte y distraerte. Un vehículo de motor asperjando no sabes qué,
te acaba de rebasar al superar la cuesta del parque del milenio. El zumbido de la bomba rociadora y la estela
que va dejando esta como una nube, se han contrapuesto al estado mental que te
mantenía absorto en tus pensamientos más sublimes del “om” universal que aprendiste
con aquella maestra de yoga que te tirabas mientras practicabas ese y otros
mantras. Levantas el cuello de tu
camiseta mono-estrellada para cubrirte el rostro hasta que salgas de la nube
que el imprudente chofer ha dejado.
–¡Cabrón! – No
has podido reprimir el grito.
–¿Qué? –
Escuchas esa voz frente a ti.
Entonces bajas la
camiseta que te ha cubierto toda la cara como máscara/filtro y allí frente a
frente está mirándote huraño un anciano coquipelado de barbas blancas y
onduladas. Tomas distancia extendiendo tu
brazo derecho como medida de seguridad y puedes ver que está vestido de una
indumentaria muy particular. Parece como
salido de un cuadro renacentista con aquellos ojos de quijote extraviado y el
aura de santo. Permanecen fijamente
mirándose por un instante hasta que rompes el silencio de aquel encuentro tan
extraño para explicarle la expresión tan súbita.
–No fue a usted,
disculpe. – Le dices mientras tratas de continuar tu paso.
–No es conmigo que
se tiene que disculpar, es con el señor. – Te dice mientras se mueve al lado
que pretendes utilizar bloqueándote el camino.
–¿Cual señor? Al único que estoy viendo aquí es a usted. – Le
dices.
–Claro que no lo
estás viendo. Mi señor subió al cielo y
yo soy quien en la tierra lo represento para la salvación de las almas.
–Entonces es usted
Pedro. – Le digo para seguirle la corriente a este anciano que me parece
bastante chiflado pero simpático con aquel acento de profesor retirado de latín.
–¿Como te atreves?
– Reclama iracundo.
– Perdone, estoy
bromeando. – Le repliqué con tono lo más calmado posible para que no crea que
lo estoy tomando por loco.
–¡Soy Saulo! Mejor
conocido en el tiempo como Pablo. ¡Soy Pablo de Tarso! –
Tu primera
impresión de que estaba frente a un chiflado parece ahora la correcta y estás pensando seriamente empezar a correr para alejarte de ese tipo extravagante
vestido con telas raídas y una falda al estilo de los antiguos centuriones
romanos.
–¿No hace más de
dos mil años que a usted lo crucificaron cabeza abajo junto a Pedro?
–Pedro, Simón,
Cefas…– murmura – ¡El galileo! –
–Sí. Pedro era
galileo como Jesús nuestro salvador.
–Pedro – Murmura.
–¿Le molesta que
lo mencione?
–No exactamente. Es
que si no es por mí Pedro no llega a Roma.
–¿Ah y usted sí
podía llegar a Roma?
–¡Pues claro hijo!
Yo soy judío como Jesús, como Pedro, como los demás apóstoles, pero tengo algo
que ellos no; y he sido por tanto clave para expandir el evangelio.
Piensas que el
anciano se está creyendo que es Pablo el de la biblia y estás de repente metido
en su desvarío con reflexiones metafísicas y teológicas al continuar el dialogo.
–A ver: ¿Y qué era
eso que usted tenía que ellos no?
–Que tengo. – Corrige.
Que la existencia toda es una sola; todo tiempo se da en un simultáneo. ¡Por
tanto tengo ciudadanía! Yo soy ciudadano romano y a la misma vez que te hablo
me están crucificando. –
Observas su rostro
apesadumbrado, sin orgullo, sin ganas de ser ciudadano como dice, con dejo de
remordimiento y arrepentimiento.
–¡Conque era usted
ciudadano romano!
–No lo entiendes.
Soy ciudadano romano, Eso lo sabe todo el mundo. Léete los Hechos.
–Es cierto, los he
leído, pero nunca hizo alarde de que era romano y por el contrario mantuvo
siempre la línea entre los judíos y los que no lo eran. Tan es así que insistía
en circuncidar a sus discípulos.
–¡Calla, que por
eso andan diciendo cada cosa los impíos!
–Sí por lo de
Silas, estaba grandecito para que usted se lo llevara y lo circuncidara. Cosas
extrañas que tienen las religiones.
–Eres un atrevido.
¿Cómo te atreves a cuestionar?
–Se lo cuestionó
el mismo Pedro, indirectamente porque a usted todo el mundo se le sometió, le
cogieron miedo, impuso su propia doctrina.
–Nunca he dejado
de ser judío, nadie dijo que dejáramos de ser judíos.
–Pero no me acaba
de decir que era romano.
–Ciudadano romano como
hecho jurídico, sí porque no me queda remedio, pero judío, aunque naciera en la
luna. –
Al escuchar esa
frase de la poesía de Corretjer hecha canción por Roy Brown piensas que el tipo
no es otra cosa que un drogo, un hippie de los sesenta todavía en un viaje con
ácido lisérgico.
–Estás pensando
que soy un hippie en ácido y fanático de Roy Brown.
–Para ser sincero,
sí.
–Pues yo por serlo
siempre te digo que soy Pablo y que, en este mismo momento simultáneo de la
eternidad, me están crucificando los malditos que me otorgaron la ciudadanía romana.
– Aquella revelación me puso la carne de gallina.
–¿Entonces se
puede estar en varios lugares y tiempos a la misma vez? – Preguntas ingenuamente
recordando pasajes de ciencia cuántica y física subatómica.
–No sólo eso, se
puede estar en diversas dimensiones donde las leyes de la física como ustedes
la entienden no aplican. –
Ahora piensas que el tipo es un ET. Te sientes mareado.
–¿Qué importancia
tiene entonces ser ciudadano romano?
–La misma que
tiene para ustedes la ciudadanía americana.
–¿Cual?
–Para que te
claven cabrón.
La palabra retumba en tu mente como eco de la que
automáticamente has pronunciado al zumbido de la rociadora. No hay anciano. Retornas a la realidad tridimensional nuestra
cuando vas pasando frente a la plazoleta norte del capitolio. Allí la gobernadora
de esta colonia alucinante y los fariseos de su partido celebran por primera
vez la ciudadanía americana que impuso el imperio hace más de cien años. Te sientes como el anciano, como Saulo,
conocido por Pablo, ciudadano del imperio que mató a tu maestro, que martiriza
a los tuyos y crucifica al pueblo entero mientras hacen el ridículo.
Epílogo
El anciano junto a Pedro y demás mártires observa desde la eternidad, despierto en la simultaneidad del tiempo sabiendo que los
imperios a los ciudadanos como Pablo, judío, aunque naciera en la luna, los
siguen crucificando las potencias que imponen ciudadanías, no para salvarnos
sino para clavarnos todos los días.
augustopoderes copyright (c.) 1 de marzo de 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario