domingo, 23 de agosto de 2020

Cosechero

Camino a Peña Grande, reflexionaba Plutarco Pérez mientras manejaba su auto lujoso y último modelo de la BMW, si valía la pena aquella travesía que le iba adentrando por un camino pedregoso e irregular mientras lo alejaba de la carretera principal que le conectaba con lo que para él era el mundo civilizado. Simultáneamente, Lucrecia Peñalosa lo esperaba en la casona antigua, rememorando el día que supo del invitado que estaba al llegar para ver a su padre enfermo. A él le llamaba la atención la manera en que su nueva cliente lo había contactado y a ella los prodigios que su próximo visitante alegaba realizar. Habían pactado luego de muchos meses de insistencias y reticencias un negocio difícil para él de rechazar e imposible para ella no intentar.

Ella, nunca experimentó con la tecnología de las redes sociales o los sistemas contemporáneos de comunicación. Vivía en aquel lugar remoto, que sus antecesores dedicaron a una extensa plantación, a la usanza de los tiempos previos a la llegada de la televisión. Nunca varió el estilo de vida aprendido de sus padres y todos sus antepasados que habían habitado aquella región desde tiempo inmemorial y a la cual nombraban en honor al antepasado primero que allí se estableció. Se bastaba con un simple radio de banda corta para escuchar los noticieros y programas de charlas del mundo entero que transmitieran en español o en inglés. Nada la distraía por tanto de la rutina de cuidar de su padre enfermo mientras se entretenía con la información y cada curiosidad que resultaba ser en su mundo todo aquello que escuchaba por aquel aparato para ella siempre mágico como fue la radio. Fue de esa manera, mientras prestaba atención a un programa radial de una emisora local en horario vespertino que se enteró un día de Don Plutarco Pérez a quien le abreviaban todos como Pepe por aquello de las dos pes.

Pues ese pepe había tenido la osadía de ir a una de esas entrevistas radiales para discutir temas muy serios, profundos y que hasta ahora en la historia humana no tienen explicación, pero sí son fuente de inspiración, curiosidad y de gran audiencia. Supo ella que el consabido Plutarco se las daba de ser un tipo con fama de místico sanador que era capaz de ver los campos energéticos en las personas y a través de estos descifrar la personalidad de las diferentes existencias de quien le consultaba por los honorarios que cada caso ameritara. Por tanto, Pepe alegaba que podía decirle a cada cual cuantas vidas pasadas leía en su aura y qué tenía que resolver para limpiar su alma y así evitar de una vez por todas el eterno y doloroso ciclo de la reencarnación. ¡Todo un new ager, el Pepe este! 

El asunto es que ese mismo día, porque no pudo ser otro como dicen los que creen en el destino y las conspiraciones de los universos, la Lucrecia había sintonizado el programa y para su conveniencia, si era necesario y a un costo justificado, este sujeto iba a las casas a realizar las limpiezas del aura necesaria para que el alma se encaminara y quedara libre del destino y el karma de la dichosa rueda de la reencarnación. Inmediatamente se decidió a llamarlo una vez dijeran el número a contactar para la correspondiente contratación espiritual.

Con un teléfono de discado, que para todos nos resulta hoy una antigüedad, discó el número de celular que aquí no comparto por razones que ya entenderán de quien públicamente lo había lanzado por radio por si alguien le urgía de sus santos servicios que incluían la tanatología. Le contestó una voz femenina muy dulce que decía que Don Plutarco, aquí es preciso que aclare que a estos señores iluminados les encanta que le titulen con eso del Don, no estaba disponible para contestar la llamada en ese momento pero que dejara un mensaje con nombre y número de teléfono. Lucrecia Peñalosa número 787; y aquí omito el resto de los dígitos por razones obvias. No pasaron quince minutos para que la llamada fuera contestada por el mismísimo Don Plutarco quien de inmediato se negó a aceptar el convite. Tardaría algo para que ello pasara, pero adelanto que le dijo de manera lapidaria a Lucrecia que seguramente el caso de su padre se trataba de una tanatofobia incurable porque a fin de cuentas quién no le ha tenido miedo a la muerte y a la larga todos morimos. Luego de un tiempo, sin embargo, se fijó el día de la visita y los honorarios, para nosotros acá seriamente elevados, como el mismo tanatólogo sanador de auras reconocía también en su fuero interno, pero muy necesarios, según él, para que de verdad hubiera el compromiso serio de quien iba a ser su cliente. Ella aceptó sin objetar o alarmarse del lucro increíble que aquel trabajo podía representar para el sanador áurico, pero ¿quién está en posición de cuestionar la sabiduría divina del servidor que un creyente procura porque de verdad le necesita? pensó.

Reflexionando mientras transitaba aquellas veinte millas calculaba el Don, por cada hoyo que sufrió el auto traducido a su dolor en el alma y la depreciación de la máquina automovilística alemana la suma de unos seis mil dólares. Ello igualaría lo que sería al llegar el depósito de seis mil, más otros seis mil que le cobraría por las gestiones para el mejor tránsito del alma que estaba por trabajar lo que sumaría un total módico según él, de dieciocho mil dólares.

Pepe, se decía mientras conducía, ¿qué remedio tienes si no cobras? el jornalero es digno de su trabajo, son pocos los obreros y mucha la mies para la siega; y así seguía en su monólogo entre primera y segunda persona justificando su bienestar material que iba en ascenso gracias a la buena propaganda de gratis que le eran aquellas entrevistas de noticieros faranduleros que de la noche a la mañana creaban leyendas y personalidades de la nada. Yo no la he obligado. No, claro que no, Pepito, no la has obligado. Por el contrario, diferentes razones y excusas le fui dando a través de los últimos meses para no ir, pero ya en la última semana la situación se tornó crítica, le puse el precio que rechazaría, pero lo aceptó…Ah y qué puedo hacer, pues esto, manejar como un loco por estos caminos fangosos llenos de hoyos para buscarme el pan. No son malos Pepe, Pepito, Pepitón.  

Lucrecia repasaba en su mente mientras le esperaba entre las columnas del balcón de la casa solariega las distintas negociaciones, los ruegos y las súplicas que tuvo que emplear para lograr que el sanador se dignara a visitarla. Estuvo dispuesta a pagarle los honorarios que fueran. Sólo ella sabía lo que sufría la postergación de su padre y el tiempo inclemente lento que pasaba sin que aquella alma fuera desterrada finalmente de este mundo. Quería ella que fuera a ayudarle con su padre en el tránsito feliz hacia el otro mundo. Alzó la mirada de sus angustias y vio que ya se asomaba un coche rojo muy lujoso, es él; y bajó corriendo a recibirlo.

Y mientras él concluía aquel monólogo que repasaba honorarios, motivaciones y toda clase de suerte excepto lo que debía hacer respecto al moribundo sujeto de su visita, llegó en el carro que parecía haber navegado todo un mar de lodo. Lo estacionó justo al lado del único otro vehículo de motor que allí había que no era otra cosa que un antiguo cosechador para la siega en la antigua plantación de los Peñalosa.

Maldita sea.  Se dijo al ver el estado de su auto al bajarse, pero trabajó de inmediato un rostro de bondad compasiva y extendió los brazos en ademán de abrazo abortado en un simple namaste de unión de manos. Namaste respondió ella inclinándose ante el venerado Don y le dio la mejor recepción que pudo dentro de las circunstancias de un luto inminente. Vestía Lucrecia, de manera sencilla, pero muy reveladora a pesar de su madurez. Su cabellera larga, aun de castaño obscuro con algunas bandas canas, le caía por sus hombros elevándose sobre sus pechos escotados en ondas sinuosas que llevaron a pensar al Don en otras regalías adicionales al combinar aquel torso con la cintura estrecha que volvía a girar en una amplitud de caderas que bajo aquel traje de otra época se revelaba de manera tentadora. Enfócate, Pepe, se dijo y esperó que ella le hablara.

En el recibidor ella le ofreció café y galletas. También le pidió que le explicara más sobre sus dones y que si podía verle el aura.

–Claro que puedo verte el aura.

Y enfocó su mirada penetrante donde debía Lucrecia tener un tercer ojo como le dijo el Pepe y para su sorpresa aquella aura resplandeció tanto en aquel momento que le cegó de tal manera que apenas podía ver siluetas a su alrededor.

–Eres un ángel, un ser de luz. – Le dijo realmente sorprendido y prosiguió con una retahíla de las cosas que percibía e interpretaba de tan maravillosa luz que recién le había herido sus retinas.

Verificada la autenticidad del vidente, la anfitriona le condujo a la alcoba donde se encontraba postrado el anciano moribundo. Plutarco, sin embargo, a causa de aquel resplandor cegador del aura antes presenciada no le podía ver bien.

–Como verá se encuentra muy demacrado. Lo único que ingiere son líquidos. A pesar de su prolongada agonía no ve la hora de su partida como tampoco la veo yo. Usted como tanatólogo, visionario y demás virtudes sabrá cómo ayudarlo.

–Claro, claro. Pero por favor déjame a solas ahora con él

Plutarco por causa del resplandor previo, apenas podía ver tan solo la silueta de la cama donde estaba aquel hombre postrado; aun así, le pidió a la dama que lo dejara a solas con este para hacer la limpieza áurica correspondiente.

–Pero puedo ayudarlo.

–No; mejor salga para que no haya interferencia alguna.

–Como usted diga entonces. — y salió ella de la habitación. donde se quedó Pepe, tratando de recuperar la vista para hacer el trabajo tanatológico que había pactado.

Una vez Lucrecia abandonó la habitación, se escuchó un estruendo como si un viento repentino azotara la ventana de madera haciendo que el distinguido curandero del alma volteara dando la espalda a la cama del convaleciente. Cerró los ojos a un nuevo resplandor y vio la imagen grabada del moribundo en cama. Debí haberlos cerrado antes pensó mientras en la mente veía con claridad al anciano enjuto en aquella cama ahora a sus espaldas. Sin embargo, al abrir nuevamente los ojos frente a la ventana que había retumbado del fuerte azote vio, que allí dentro de aquel marco, como si fuera la de un retrato que cobrara vida, se encontraba la aparición de un ser que le miraba fijamente con una sonrisa de maldad inexplicable que le pararon los pelos de punta. La figura como humana, pero sin serlo según la iba concibiendo Plutarco, le insistía con su mirada fija como retándole a que hablara primero, preguntara precisamente lo que no se atrevía a preguntar aquel chamán de nueva era por miedo a una aterradora e irremediable respuesta. Los pelos seguían de punta, la carne erizada como de gallina con todo el miedo del mundo que jamás sintió aquel hombre en su vida. Entonces, mientras respectivamente no se quitaban los ojos de encima brincó de súbito aquel ser del marco de la ventana posándose frente a frente al pasmado de Pepe, quien resoplaba de terror y escalofríos ante aquella figura que le susurraba la ultima verdad que pudo escuchar en este mundo. Su interlocutor, aquella figura repentina e inesperada allí de frente y tan cercana le paralizaba toda su existencia menos el miedo increíble que en segundos se transformó en pánico de una locura de la cual su parálisis no le permitía escapar. Pepe no entendía por qué no llegaba el zarpazo final que le terminara aquella agonía horrorosa jamás imaginada ni en su peor pesadilla. El ser lo intuía y alimentó aun más el pavor extremo del cual se deleitaba como si fuera mermelada que aderezara el alma a punto de ser consumida. Definitivamente que degustar un alma es todo un proceso, se atrevió pensar postreramente el pepe. Muy tarde haberlo aprendido y peor aún no dar fe de ello en uno de esos programas radiales donde alimentó tanto su ego para terminar hoy nutriendo con su alma a este ser tan escalofriante. Sus pensamientos últimos lo llevaban de terror a terror y suplicaba el momento a aquel ser que por favor terminara lo que iba a hacer, pero la criatura tan extraña se negaba, seguía deleitándose en el sadismo del terror producido y entonces Pepe comprendió que la eternidad son pequeños momentos que nunca terminan. Y en aquella lentitud ad perpetuam de quien de la nada le atacó con una mirada sin tiempo y el horror de una sonrisa que se perdía en una obscuridad infinita cual un hoyo negro capaz de tragar galaxias, se encargaba de cosecharle el alma como mero entremés, a la vez que seguía esperando por la de Lucrecio que se resistía a desprenderse de aquel viejo cuerpo de cosechero de este mundo en los campos prolíferos de otros tiempos.  

***

Entonces Lucrecia, que no sabía otra cosa que cavar fosas para momentos como aquellos que tanto se repetían en los últimos años, desde que su padre enfermó, fue al patio y dispuso del cuerpo de Plutarco. Al pobre, como todos saben hasta el día de hoy se lo tragó literalmente la tierra. Mejor digamos, para aquí concluir por ahora, que el cosechero del otro mundo y que aun vela por el alma del otro cosechero que es Lucrecio, fue quien le cosechó el alma.

Copyright © 2020 augustopoderes aka angelespada, All rights reserved 22 de agosto de 2020


 

            Tiempo antes de que Plutarco le pasara lo que le pasó, o por lo menos lo que hasta aquí se ha relatado que le pudo haber pasado, se fue haciendo de otra manera famoso pero no como él mejor deseara.

            Giremos un grado nuestro cronoscopio y enfoquemos unos meses antes en una esquina del Viejo San Juan. Mientras Plutarco, iba madurando aquel encuentro con Lucrecia, continuó en su rutina metafísica de sanador de chacras y almas.  Tenía este su vivienda y oficina en uno de los callejones del viejo San Juan. Acostumbraba todos los días de la semana para almuerzo, desayuno y cena dar un recorrido a pie por las calles, plazas y plazoletas de la ciudad amurallada para pavonearse a pesar del calor capitalino, trajeado y con zapatos bien lustrados estilo charol. Utilizaba un sombrero de color distinto para cada caminata conforme al color de su vestimenta y la flor con que adornaba la solapa de su chaqueta. Un bigote muy fino debajo de las aletas de su nariz aguilucha le daban un donaire de señor civilizado casi extraído de la época de los antiguos caballeros que dieron inicio al glorioso siglo XX. Pero como si ello no fuera suficiente no utilizaba la corbata común y ordinaria. Se encargaba él mismo de engalanarse con unos lazos de diseños estampados en leyendas de la Grecia antigua. Así proyectaba como entienden esos que usan esa prenda de vestir cuando advienen a nuevos títulos, profesiones o cargos que era una persona que sobresalía entre las más cultas e inteligentes, como si el lazo fuera en sí señal de un rango de superioridad intelectual o le añadiera neuronas a su masa cerebral. Mas eso sí, era el Pepito harto accesible a quien le necesitara y estuviera dispuesto a pagar los honorarios que a su entender él se merecía.

Pepe, Pepiton, Pepitón, se introducía siempre a sus monólogos y mirándose al espejo en las mañanas, hoy sí que va a ser un gran día, vengan auras, y venga alguna dama, aunque se llame Aurea o hasta Laura y guiñándose así un ojo, salía muy contento a dar la ronda del pavo, como él se decía, a ver qué pava, le hacía el día.

En la plaza de Dársenas tomando café se encontraba siempre una dama para él inexplicable tomando siempre notas. Al escuchar la voz grave de Plutarco, levantaba ella ligeramente la mirada sin tornar o girar la testa para disimuladamente observar a aquel objeto tan pintoresco de sus notas. Por alguna razón el Pepe no se le acercaba y ni siquiera le insinuaba su presencia, pero ello no le disminuía su entusiasmo en seguir su ronda a ver quién era la mosca de ese día para la telaraña suya que cada día urdía. Y por supuesto que le reconocían a su paso tanta gente que le escuchaban o lo veían a través del aparato televisivo, pero era muy selectivo al momento de dejarse convencer de que le acompañaran a su estudio para él brindarle el más completo de sus servicios chamánicos y demás hierbas.

            En esa plaza era que se tomaba un café con el dueño del puesto que siempre le recibía con bombas y platillos. Cuando se acercaba algún deambulante, sin embargo, a pedirles limosna sintonizaban aquellos dos al idioma francés cual si estuvieran en un parisino café. Lo que alcanzó a captar aquella dama de cabellos ondulados que no cesaba de tomar notas como un pintor no deja de tirar trazos a cada furgonazo de inspiración pictórica, fue la palabra tan universal que en francés es merde. Pues merde ella anotó para corroborar luego lo que ustedes saben y ella se iba imaginando por los gestos desdeñosos hacia el turista local que quiso comprarle una bebida en aquel quiosco caribeño pero alusivo a la ciudad de luz al deambulante del momento. Entonces en medio de aquellas lenguas nasales que roncaban gravedades cultas y desconocidas para el pordiosero y el aspirante a ángel de turno, interrumpió una esplendorosa mujer de algunos treinta y tantos años. El hablar francés para Pepito de inmediato regresó por donde vino de vuelta a las catacumbas más secretas de Notre Dame pues saltó al español más puertorriqueño a tono con aquella diosa en faldas que de momento se apareció mientras dejaba en aquella lengua de los enredos de Versalles al dueño del puesto que terminó acentuando aun más su francés con un va te faire que debe ser un equivalente a váyanse al carajo al improvisado ángel y su amigo el mendigo que iba por un segundo emparedado y tres tazas de café a la vez que hablaban de bohemias, profesores de la iupi, marihuana y de mucha poesía. Estos que quizás sabían algo de francés pues la pobreza no siempre va de la mano con ser inculto, y viceversa, le contestaron ambos con dulces sonrisas y sendas gracias, gracias es usted muy amable y siguieron con su charla, su café y hasta cigarros por el tiempo que les dio la mendicante gana de marcharse a donde les saliera de sus respectivas almas. Pero mientras todo esto pasaba, Pepitón que era como se auto aludía en mote por comparación a su pecho que se inflaba al máximo ante nueva y hermosa dama, iba ya alejándose de la plaza con aquella señora que era toda sonrisas, y contentura de caderas alejándose de donde apenas parecía que era un puesto de café en París, Francia.

            Llegaron algo acalorados y sudados a la oficina-apartamento del Sr. Pérez, que era como él se manejaba para proyectar la mayor formalidad, aunque ella por el camino de la plaza al callejón, mágicamente le había cogido tanta confianza como si se hubieran conocido de toda y todas las vidas; y de eso sí que sabía míster Pérez que era como le llamaba el gringo del apartamento vecino. Ya dentro de lo que era el espacio reservado a oficina Don Plutarco Pérez comenzó a entrevistar formalmente a su nueva cliente  

–Bueno y cuál es tu nombre completo?

–Si te lo acabo de decir Pepito.

–Sí, pero para efectos de la formalidad y abrirte un expediente. Ah y sé que te sientes cómoda, pero usa por favor el Sr. Pérez, no quiero faltar a mi ética profesional.

–Disculpe.

–No se preocupe. Es que no quiero darle una mala impresión.

–Ay si no me la da Don Pepito.

–Está bien, si me antepone el Don al pepito se la dejo pasar.

–Entonces; ¿cuál es tu nombre completo Sabina?

–Ve que lo recuerda.

–Sí, pero me faltan los apellidos y demás circunstancias.

–Está bien. Mi nombre es Sabina, porque mi papá pensó que con ese nombre al crecer me convertiría en sabia, ji ji. Mi apellido de ascendencia muy española y siguiendo la línea de la sabiduría es Alfonso como el Rey Alfonso XI. – Pepito cerró sus ojos y suspiró profundamente, vaya usted a saber por qué a la vez que ella terminaba diciendo que su segundo apellido ere Medre, pero el don terminó escribiendo Merde y se sonrió complacido.

Luego pasaron a otros detalles como los honorarios para aquel día que eran tan sólo mil dólares hasta que comenzó la sesión de visualización del aura, luego pasaron a la consejería. Aquí ella le contó de sus desdichas de mujer casada y el Pepito fue tomando nota.

En la tienda vecina a la propiedad que ocupaba nuestro distinguido chamán había todo tipo de piedras de cuarzo de todos los tamaños y de todos los colores. Con una iguala que tenía con la dueña de aquel otro negocio, Pepe procuraba siempre recetarle una que otra piedra con el color que mejor le vibrara al aura de su cliente. Siempre se aprovisionaba de toda variedad de aquellas piedras pues tenían mucha demanda y le eran muy propicias al momento de hacer la limpieza final y unos masajes particularizados que él daba conforme las necesidades y urgencias de sus clientas.  Cuarzo rosado es el tuyo. Le dijo a Sabina con una mirada de perro moribundo (gestos extraños del Pepito). Pero cuando fue a buscar la piedra no quedaba ninguna rosa en el inventario. No podía quedar mal y le dijo a la cliente que regresaba enseguida. Ella se sintió feliz. Él presuroso y acalorado tocó el timbre de la tienda de cuarzo y salió de allí con cara de enojo la dueña, una gitana o facsímil razonable con cara de enojo por la interrupción de última hora que le estaba causando el Pepe.

–Sabes que si está el seguro es porque estoy en sesión. Le estoy leyendo las cartas a un cliente y tú con tus urgencias.

–Necesito un cuarzo rosado, el más grande.

–¡Vergüenza es lo que necesitas! Acaba, llévate ese y me lo pagas después. – Salió el Pepe con su cuarzo y la gitana volvió con sus cartas a su cuarto en las cuales le advertía a un tal Gustavo Adolfo Bonilla Ortega, nombre ese de poeta, que tuviera mucho cuidado con un infarto y siguió leyéndole otras cosas al que por sus iniciales era GABO.

      Mientras tanto Plutarco, con piedra pesada en mano, no podía llamársele de otra forma pues la piedra pesaba más que su nombre tocó a la puerta de su oficina con la punta del zapato y de momento se abrió para tener ante sí a Sabina que lo esperaba sin blusa, totalmente despechugada. Atónito, puso la piedra en el sofá de la antesala y ella sin dejarlo hablar, le dijo que había aprovechado para prepararse para el masaje, Sus ojos eran deseo puro pero él muy parsimonioso y disimulando sus más lujuriosos instintos le explicó que conforme a su tradición chamanística el daba los masajes en igual de condiciones, que si ella no tenía ropa puesta él no la ofendería manteniéndose vestido así que decidió por empezar a quitarse la camisa. Pero antes, le dijo, te ofrezco tres alternativas en cuanto a cabellera chamánica. Y le explicó que utilizaba tres tipos de peluca, ya que sus cabellos eran limpiamente recortados, pero como buen chamán sabía que el cabello era un conductor de energía y elemento indispensable en el toque final de sintonizar energías y frecuencias vibratorias. La primera peluca era un afro de chamán africano, la segunda una peluca estilo paje negro azabache de indio del Amazonas, la tercera una melena de nativo americano y la cuarta era una larga cabellera rubia de chamán siberiano. Sabina que era muy blanca y de cabello rubio escogió la siberiana. Es cabello genuino de chamán por el que he pagado un dineralSabes que es un costo adicional que se añadirá en la factura. Asintió ella gestualmente ante aquella aclaración de precio. Acostada ya en la camilla de masajes chamánicos no se hizo esperar más para ella como para él aquel ansiado momento de la fricción primera de piel a piel que desencadenaría torbellinos en cada uno ascendiendo en espirales de deseo mutuo.

No es momento de entrar en detalles pues para eso están las películas eróticas dirigidas a ese contenido, pero lo cierto es que ocurrió lo inevitable y no se sabe si fue por el efecto del pelo de chamán que el empelucado de Pepe rozaba aquella piel de las delicias ajenas que los gritos de Doña Sabina Alfonso Medre, no pudieron ser contenidos entre las paredes de aquel lugar. Dicen algunos que hasta en varias cuadras a distancia se escuchaban los gritos de puro placer como aullidos desprendidos del alma que se liberaba al fin de las convenciones de un matrimonio desabrido desde siempre. La gitana de al lado, que sintió que sus cuarzos se encendían y tornaban colores relampagueantes a causa de las energías que al lado se liberaban, tiró la última carta y le dijo a su cliente, Don Gustavo, se las están pegando bien duro. No es menester aquí repetir las palabrotas que profirió de inmediato el caballero que acababa de corroborar en las cartas, pero aún más en los gritos vecinos que por sabrosura de pelos de chaman aullaba su esposa como evidencia prima facie y certera de que efectivamente le estaban toreando.

Se levantó cegado, tomó el primer cuarzo inmenso que encontró, rompió el cristal de la puerta del negocio de Pepe y lo encontró con peluca y todo en la camilla encaramado chamaniándole la esposa. ¡Merde! Alcanzó a decir y repetir como única palabra por el resto del día el Don al ser sorprendido. Tú eres el de la radio, el de la televisión y se abalanzó hacia donde estaban chamán y despojada, pero solo para caer sobre Sabina sudorosa, espantada, mirando cómo su chamán corría velozmente y sin ropa, solo con la peluca rubia, repitiéndose como desquiciado el merde por las calles del Viejo San Juan.

augustopoderescopyrights© 29/08/20

Capítulo 3

Pepón

Los individuos más canallas, no disfrutan sus vilezas al máximo si no las cuentan como trofeos de la existencia. Se las dicen a algún cómplice silente que anda en las mismas o vacían su perversión en un diario porque ese ego de alguna manera hay que inmortalizarlo y sus fechorías no existen como sus grandes proezas si no las evidencian y las dejan saber, como quien no quiere la cosa. El desaparecido de esta historia no fue excepción y en la búsqueda que de él se hiciera, encontraron un diario que habremos de filtrar para evitar la inevitable repulsión del lector y leamos curiosamente lo pertinente para el deshinchamiento del ego que se paseaba entre los ricos, famosos e influyentes personajes de la vida diaria. La idea del diario no fue suya. Primero él quiso contarlo todo de primera mano y con la ventaja de que fuera a uno de esos profesionales que la ética les obliga casi a un voto sacerdotal de silencio respecto a lo que le cuentan sus clientes. No estoy hablando de abogados, pues muy bien sabía Plutarco evitarlos, para vampiro o buitre, mejor él y por supuesto odiaba a los que le hacían sombra como es el caso de gran parte de los que practican esa profesión tan coqueteada por el mismo diablo. El asunto es que después de aquel gran susto y el bochorno de haberse corrido como loco por las calles adoquinadas casi como vino a este mundo excepto con peluca de nativo siberiano que le llegaba a la cintura y luego al regreso del susto la utilizó ridículamente como falda hawaiana ante las risotadas de todos los que salían de negocios y viviendas, de balcones y recovecos; todos muertos de la risa ante aquella imagen que nunca olvidarían aunque se la dejarían pasar como mera extravagancia de chamán en trance que se conectaba con los grandes sabios del más allá para traernos a todos, nosotros los mortales de tan vital y trascendente conocimiento, según quiso convencer a todo el mundo.

Los amigos comenzaron a hacer mofa de él por aquel incidente que el Pepe lo adjudicaba a un profundo trance inesperado y de última hora que tuvo al realizarle a aquella dama de sociedad que era Doña Sabina Alfonso Medre en particular despojo. Olvídate de que te inviten a jugando pelota dura (que era un programa radial nocturno que se discutía como en otros análogos las cosas más obvias del mundo).  Ahora cuenta que de seguro serás el primer invitado de Doble Hueca Radio (WHKA) cuando cambien a jugando pelota desnuda. ¿Para qué voy a decir que las carcajadas desbordantes que expulsaban a chorros las de tantos amigos que no podían contener la burla y las risotadas por el triste evento sufrido por PP? Usaba el Plutarco las dos pes mondas y lirondas cuando estaba muy abochornado. De inmediato empezaba a balbucear y lo único que se le entendía mientras se alejaba atribulado de los grupos era aquel merde que se le había quedado pegado en un corto circuito de neuronas. Necesitas ayuda Pepón, te pasa por cabrón. Utilizaba aquel mote en extremos de inconformidad y coraje consigo mismo. Pepón estás de psiquiatra. Busca ayuda cabrón y suelta ya la merde. ¡Merde! Hasta su conciencia tenía pegado aquel merde y su vida de chamán y figura pública del esoterismo y la nueva era se estaba haciendo pura mierda.

Con la única que se atrevía a hablar era con la gitana Ninoshka a la cual por fin él dejó de llamarle la mosca, y eso de la mosca para el señor Pérez tenía otras connotaciones que más adelante trataremos porque era parte de una línea muy suya en las terapias que daba a las mujeres abundantes en desconsuelos. La tiradora de cartas que le tenía unas cuantas cebadas no le tenía ninguna pena, pero tampoco quería verlo tan fastidiado, aunque cuando se iba de fornicación con el gringo que les era vecino le contaba el cuento y entre marihuanazos, chingadas y alcohol se reían de Plutarco y su situación, pero en la discreción de su intimidad. De frente le fueron cordiales y con sinceridad le ofrecieron su ayuda y comprensión porque eso que le había pasado, le pasaba a cualquiera. Sí Pepe, a cualquiera le pasa. Le decía la no aludida ya como mosca. Pues ahí iba ganando ella y se portó a la altura de su gitanería haciéndole recomendaciones de baños, ritos y amuletos hasta que un día le dio un número. No lo juegues cabrón, es el de una psicóloga amiga mía muy hembra que acá entre nos, le digo la Lindaberta. La llamas, pero eso de Lindaberta se queda entre nosotros.

Te lo dije Pepón, no seas cabezón, llama enseguida a esa psicóloga mira que no estás bien, le hablaba a solas su conciencia. Así que casi llorando tomó el celular y marcó el número código de área 939 y lo demás ya saben me lo reservo. Oficina de la doctora Consuela

En los relatos, cuentos y novelas, a veces hay que mantener la privacidad de las llamadas. A mi entender o para comodidad de lo que vamos escribiendo y alcanzar el propósito de lo escrito no hay que ser tan baboso como para entrar en detalles de lo que por teléfono se dijeron y concertaron. Por tanto, redirijamos el cronoscopio al momento de la cita gloriosa en la cual Plutarco y psicóloga se encuentran por vez primera.

En el viejo San Juan, como si se tratara de una tragedia griega en un mismo escenario de coincidencias, también estaba la oficina de la doctora que le recomendó la Noshka, que era como en adelante le llamó con un cariño a conveniencia especial a su vecina la gitana de los cuarzos, las cartas y las piedras después del incidente de merde. Ninoshka se lo agradecía pues la verdad que ella estaba muy realizada como ser humano y no le importaba ni le interesaban las peleas ni los dramas desde que aquel gringo la tenía tan bien modulada en sus frecuencias esotéricas. El tipo era un open minded de esos que dicen. Cuando el norteamericano cogía maletas para sus negocios en Wisconsin ella se cogía el mejor de los machos que al blanco le hiciera las vacaciones y de esos sustitutos nunca le faltaban. Era muy buena…Dejemos eso para después que esta historia puede que menores la estén leyendo. El asunto es que entrando el señor Pérez, por la puerta de la oficina de la psicóloga contactada en aquel mismo instante le suplicó a la tierra que se lo tragara y de inmediato le volvió aquella compulsión o corto circuito cerebral del merde atorado y pegado en sus cuerdas vocales como la de un antiguo disco rayado.

Exactamente lo que ustedes deben estar cavilando, aquella psicóloga era nada más ni nada menos que la dama de cabello castaño ondulado que en la Plaza de Dársenas él había notado que siempre le miraba y tomaba notas.

***

Capítulo 4

Lo recibió la misma psicóloga. El había llamado para la cita y de inmediato se le abrió un espacio en carácter de urgencia. En el mismo Viejo San Juan a varias cuadras de donde vivía el Pepe, la psicoterapeuta tenía su oficina. Esta era una que no andaba con rodeos e iba directo al grano con sus clientes. Que no cultivara nadie que pretendiera allí buscar ayuda, ir con el pasamano de bendito sé como te sientes, el guao ante el dolor relatado o cualquier otra terapia compensatoria y que validara el sufrimiento que se le confiara. Había ella estudiado a Víctor Frankle y se inclinaba por esa línea de cero paños tibios o no te preocupes que todo va a estar bien. Nada de eso; y si Plutarco pensaba que la podía enredar o seducir por la línea de la psicología de nueva era que parece más bien una charlatanería mal enfocada de la escuela Junguiana, estaba absolutamente equivocado.

Al entrar por la puerta principal, allí estaba ella. De pie con sus ojos escrutando de inmediato al cliente que al umbral de aquella puerta al trasluz que hacía resplandecer su silueta sin que se le distinguiera el rostro, él por su parte pudo de inmediato y atónitamente reconoció en ella a la extraña señora que siempre en la plaza, le observaba y tomaba notas. Exactamente a esta hora siempre supe que vendrías. Se le congeló la sangre. Se sintió intimidado con un miedo que nunca había sentido ante la presencia de una mujer y menos de una tan hermosa y de lo cual por el susto ni quería tomar nota. Comenzó a sudar frio y a disimular su descompostura. Ella advirtiéndolo, le brindó una sonrisa compasiva y dulce que lo adentraron en algo en cierta zona de confort, pero muy inseguro todavía. Quería marcharse, pero no sabía qué decir, qué hacer y se sintió extrañamente como atrapado en una red magnética a la cual respondía y se movía según los comandos o sugerencias de su anfitriona.    Pase Don Plutarco, debe estar muy acalorado. Terrible verano este. Y extendiéndole una botella de agua helada le indicó que escogiera entre los muebles de la oficina el que le pareciera más confortable. Plutarco escogió la butaca que estaba inmediato a la puerta. Ella nuevamente se sonrió, pero con cierta convicción que Plutarco no percibió. Ambos ya sentados guardaron silencio hasta el punto de que ella le dijo un usted dirá

–Realmente, yo no tengo ningún problema. Por el contrario, soy muy próspero y hasta ahora he gozado de muy buena reputación.

–No creo entonces que necesite de mí. Demos por terminada la cesión. Me paga los honorarios por el tiempo reservado y hasta le entrego el expediente con una alta instantánea.

Merde. –Se le había pegado la palabrita frente a la misma psicóloga que trataba de eludir o manipular.

–¿Qué dice?

Entonces no le quedó remedio en aquel momento a Pepón que rendirse ante la psicóloga y contar lo que le pasó.

Capítulo 5

Tic

Correr como un desquiciado por las calles angostas del viejo San Juan cubierto tan solo de aquella peluca rubia, representó la peor experiencia que pudo tronchar para siempre la carrera de Plutarco Pérez como maestro de las virtudes esotéricas. Ello sin embargo habría de superarse cuando en las terapias la psicóloga lo ayudó a rememorar otros eventos que si bien no necesariamente eran de la más elevada dignidad le podían distraer de aquel embarazoso momento.

Eso de tener que irse a coger terapias por aquello del tic nervioso del merde le recordaba un caso que tenía claro en su mente y lo rememoró frente a su terapeuta que intentaba no soltar serias carcajadas ante las inverosímiles historias de Plutarco.

–Tuve un cliente—Le dijo súbitamente a la psicoanalista que permaneció callada. No obstante Plutarco tornó nuevamente al mutismo inicial de la sesión y entre murmullos parecía que repetía hasta el infinito aquel merde. Ella tomaba notas mientras seguía dándole el espacio a su cliente para que empezara a soltar su historia que se le atascaba en aquel francés caribeño.

En la mente de Pepenjo, que era como su conciencia le llamaba cuando iba quedando mal ante otra persona venían imágenes de la santería y la vestimenta blanca que por mucho tiempo le dio con vestir los viernes. Viernes de santería, Pepaso que era como se decía para aquellos tiempos mientras frotaba codiciosamente en celebración sus manos. Entonces, irremediablemente allí acomodado en el diván de la oficina de su bella psicóloga recorría el surrealismo de las Antillas entre la amalgama de creencias sobrenaturales que viajaban en todo el sincretismo del catolicismo impuesto y las costumbres de las diferentes tribus africanas que con los esclavos se habían importado a estas islas antiguamente araguacas y tainas.

–Yo tenía un cliente. –Ajá. ¿Qué pasó con ese cliente?

–Que la hice de babalao para generar unos ingresos.

–¿Y es usted babalao?

–Pues babalao, babalao, no, pero tengo mis estudios antropológicos y con unos viajes que hice a Cuba y con una amante que se manejaba en esos asuntos aprendí a tirar los caracoles y muchas cosas más. –Me imagino, pensó ella. –  Fue en esos viajes culturales a la tierra de Martí que fui aprendiendo lo que me faltaba. Ordenado como tal, no lo fui para ser sincero, pero me la jugué y hasta un Mercedes Benz negro me obsequió el cliente como pago adelantado por mis servicios.

–Hasta ahora no le veo el gran conflicto pues como veo todo lo que sea esoterismos es usted muy ávido en trabajarlo.

Cierto. Lo que pasa es que este cliente es un abogado de cierta prominencia aquí en San Juan y además es profesor en una escuela de derecho. No le diga a nadie, doctora, pero cuando nos cae un cliente como estos es lo que consideramos un peje gordo y si hacemos bien el trabajo, tenemos bendiciones de todos los santos por buen tiempo, abundancia, salud, dinero, se…  

–¿Y usted le falló al cliente?

–¿Que si le fallé? Preguntaba retóricamente mientras una risa socarrona le era inevitable revolcándose ya en aquel diván. –No le fallé. Se falló él mismo el muy cabrón. Perdón doctora. Jeje.

–No se preocupe. Continúe.

–Gracias. No volverá a pasar. –Ella suspirando y enrollando la mirada suspiró.

–El asunto es que él fue referido por otro profesor, también de leyes, pero de la escuela que les compite. Era un profesor de esos medios apendejaos que, si no fuera por la asistencia de mis santos, el buen dinero que llevaba en sus bolsillos, así como otros trucos y detalles que yo les enseño, estaría todavía manteniendo a su perico con pajas.

–¿Usted también administra un pet shop?

–¡Doctora, por favor! ¡Que son una partida de casqueteros, mal paridos, comemierdas que nunca han sudado ni ejercitado excepto con la mano con la cual agarran su miembro o miembrecillo para masturbarse hasta que logran engatusar una estudiante o cualquier otra dama que les crea sus cuentos!

–Vengo ahora. –Con la excusa de irle a buscar agua al muy truhan de Plutarco la doctora salió y fue al baño a destornillarse de la risa. Tomando compostura, se recogió el cabello secó aquellas lágrimas de euforia y regresó con sendas botellas de agua a temperatura para ella y su cliente quien prosiguió con aquel particular relato.

–El profesor de la otra escuela de derecho que recomendó al profesor Jesuso Cruzado Fagiano, que era como se llamaba mi cliente, era uno que con mucho porte de intelectual se las daba de serio y profundo en su pensamiento, aunque nada práctico en la aportación al desarrollo de la verdadera justicia.

–Interesante. –Y con ademán le invitó a que prosiguiera su relato y reflexión.

Mientras Plutarco reflexionaba y contaba, la terapista tomaba sorbos pausados del agua de botella y le escuchaba atentamente cómo a través de aquel relato, su cliente se iba desnudando en cuanto a su visión del mundo y sus conceptos de la justicia.

–Había requerido mis servicios aquel primer cliente pues ya en sus cuarenta y tantos años, nunca se había casado, no tenía novia y su esnobismo intelectual no le ayudaba a conseguir alguna joven hermosa que se interesara por aquel rancio profesor que poco inspiraba a lo que con tanto afán anhelaba. Casarse y tener hijos. Como tuve éxito en la gestión gracias a los santos, rápido me hice famoso entre esa clase petulante de abogados y abogadas pretenciosos que creen que con dinero y trampas se puede conseguir todo.

–Usted me suena tan propio y ético.

–Créame que lo he sido. No sé como he llegado a caer en estos enredos, pero deje que le cuente y le explique aún más. – La doctora miró la pared y le señaló hacia el reloj que ya casi marcaba el tiempo pactado por sesión.

–¿Seguimos en la próxima cita?

–Por curiosidad, voy a hacer una excepción y no nos vamos de aquí hasta que haya escuchado toda esa historia. – Plutarco se acomodó aún más en el canapé y prosiguió.

–El asunto es que este profesor Cruzado Fagiano, les gusta que se les mencione siempre el apellido materno, llegó un día muy nervioso a mi despacho, me habló que venía referido por el profesor Silvarini que era aquel que unos años atrás, yo le había conseguido novia, se había casado y hasta engendrado prole con la alumna que le trabajé. Debo mencionar que aquel profesor antes de yo palearlo era uno de esos que colgaban a estudiantes que no le fueran de su simpatía y regalaba los mejores grados a quienes le hicieran algunos favores sexuales como me contó otro abogado que fue mi cliente al ser la nota más alta del curso por tan solo haberle lamido la espalda.

Los vientos alisios de repente soplaron y filtraron un silbido por la ventana de la oficina de la seguidora de Freud.  

–¿Que fue eso?

–No se preocupe, es una ventana que con el viento fuerte se abre.

De inmediato y por extraña razón, Plutarco sintió una sensación de que eso de la ventana le había pasado en algún momento sin saber que en el futuro el desenlace de su vida se asemejaba a aquel instante dejavúico. Ignorando el incidente, prosiguió.

–Le decía que el profesor que llegó por ayuda estaba muy nervioso. Inmediatamente le noté unos movimientos extraños involuntarios de cuello y cabeza que me preocuparon, pero cuando presentó sus credenciales, quién lo refería y el dinero que estaba dispuesto a pagar, no tuve otra alternativa que aceptar brindarle mis servicios de babalao, que era como se me había recomendado por el profesor de la otra escuela de derecho y otros de sus camaradas que allí mantienen un mercado cautivo de compra y venta de grados y referidos a este servidor.

–¿Y usted entonces se comprometió como babalao a qué?

–A más de lo que debía y me llegué a sentir culpable de varias maneras.

–Cuénteme Don Pluta, que así ya le iba diciendo la psicóloga.

Entonces el pícaro, reacomodándose en el sofá, pues la cosa iba para largo le continuó narrando la historia de la vez que fue babalao y Sofía Rivera de Santiago que era como se llamaba la doctora fue entrando en una especie de trance en el cual veía como una película lo narrado por aquel personaje tan particular que había entrado temprano aquel día a su oficina y ya le iba cerrando el día. Y sentía que a lo lejos como en un cuento le narraban toda la historia que iba viendo en imágenes. ¡Había entrado en trance!

***

Sara era una estudiante de segundo año de leyes. Una joven prometedora, hermosa y de las mejores credenciales académicas. Estaba matriculada en uno de esos cursos requisitos para graduarse en el cual conoció al profesor Cruzado Fagiano. Con toda una serie de halagos hacia la joven la convenció para que esta fuera a trabajar a su oficina. La misma, como toda aspirante a la profesión legal, de buenos méritos académicos e inocente de las reservas mentales y segundas intenciones del profesor, entendió que era una puerta que se abría tanto a nivel académico como laboral y sin pensarlo dos veces aceptó la invitación.  Eventualmente el catedrático ejerciendo cierta seducción nunca por ella experimentada entró en una relación, no digamos amorosa, pero de cierta infatuación, aunque no podemos llamar física de parte de ella quien, siendo muy hermosa, corroboraba que aquel académico pasado de los medios cuarenta carecía de las condiciones físicas y atractivas indispensables para lidiarse con ella cuya lozanía resplandecía aún más frente a aquella lánguida figura de hombre decrepito prematuro. El asunto es que al poco tiempo de que la relación profesor-estudiante evolucionó a una de profesor-patrono-empleada-estudiante. La misma fue transformándose en una más íntima en la cual se perdieron los linderos antes descritos y se convirtió en una de amantes indefinidos con objetivos y proyectos que difícilmente coincidían por razón de la ubicación de cada cual en los roles existenciales de aquel momento. Pero para eso están los babalaos o cualquier invento esotérico que le pudiera servir a Plutarco Pérez para mantener su estilo de vida y a esos profesores de leyes y otros intelectuales que nunca vieron un pelo por razón de tanto estudio y privación de mundo.

–Pepe, se me dio. – Le dijo Jesuso al llegar un muy excitado al despacho de Plutarco un día.

El babalao en funciones se le quedó mirando fijamente de arriba abajo esperando que se le pasara la excitación con la cual había aquel llegado a su espacio de trabajo. Ante el reto de la mirada fija de Pepelao, que era como se autodenominaba Pepe al hacerla de babalao, el profesor bajó en intensidad su alegría y empezó a intervalos de tres a cuatro segundos a mover de izquierda a derecha cuello cabeza y mirada torcida hacia el suelo.

–Lo que veo que te dio es un cantazo eléctrico, mira como estás cruzao en corto circuito.

–No se burle padrino. Lo que se me dio es la novia, me voy a casar y me va a parir los hijos que deseo.

–¿Y ella lo sabe?

¿Qué?

–¿Cómo que qué? Lo que me acabas de decir eso de que te vas a casar con ella y a tener hijos.

–Pues no, aún no.

–Tú que eres abogado te atreves ir tirando los bueyes delante de la carreta. ¿Cómo vas a hablar de lo que ella aún no ha sido consultada y menos aún no presta consentimiento?

–Y tú que eres babalao me dijiste que todo eso se me iba a dar. Ya logré que se enredara conmigo.  

–Y te crees que es tan fácil. (riéndose) ¿Ya te vio sin ropa?  

El profesor sentíase como naufrago en la arena ya sin agua en la cual pudiera hundirse en interminable sumergida ante las preguntas y miradas incrédulas del improvisado babalao.

–No jodas.  

–¿Como te fue? ¿Usaste la pastillita?

–Ella se dio cuenta y tuve que decirle que padezco de alta presión y no puedo prescindir de mi pastilla de la alta presión.

–¡De la falta de presión de pinga que tienes canto e mamao! Las mujeres de hoy no son las de antes que se quedaban engañadas. Hoy demandan orgasmos y no ni uno ni dos, son multi orgásmicas. ¿Cuántos orgasmos hiciste que tuviera esa primera vez?  Ese agarre es muy importante.

Bajando aún más la testa en tics más acelerados, ya devaluado en su autoestima a una profundidad insondable se sometió aquel profesor de las leyes alucinantes de nuestra extravagante colonia caribeña a los ritos que se aprestaba Pepelao a practicar con él.

–Quítate la ropa. – Le ordenó.

Apagaron las luces. Lo primero que sintió el licenciado Cruzado Fangiano, ante el resplandor de velones que resaltaban otras penumbras de su vida fue un chorro de licor caliente en su cuerpo. Te bautizo ahijado. Luego Pepón, fue al cuarto almacén y de allí extrajo un caimán sedado, y agarrado por la cola se lo fue pasando por aquel raquítico cuerpo al leguleyo profesor. Este temblaba de terror, pero para conseguirse como esposa y madre de sus futuros hijos ya por él marchitamente fornicada, se aprestaba a dejarse hacer lo que los santos le dictaran a Don Pluta le quisiera allí realizar.

Sofía iba saliendo de su letargo sorprendida por aquella nueva experiencia de absorber aquel relato de un paciente como si hubiera estado viendo una película.

–¿Pudo lograr casarse con la joven el desdichado profesor? Deje esa contestación para la próxima sesión. A propósito ¿se dio cuenta que se le quitó lo de merde?

Y salió Plutarco feliz de la oficina de su psicóloga, recuperado sin sufrir más de aquel terrible tic de merde.

augustopoderes copyright Continuará….Todo es ficción y cualquier parecido a la realidad es pura coincidencia.

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