lunes, 27 de mayo de 2013

La Isla Gay del Caribe

El pueblo puertorriqueño, nosotros mismos, por no decir la Isla o Puerto Rico, pues técnicamente no procede que una tierra se sacuda excepto por terremoto, no hemos sido capaces de sacudirnos cinco siglos de coloniaje en  reclamo de la igualdad y dignidad fundamental que cada ser humano y pueblo  tiene derecho para regir su destino. No hemos resuelto el problema de nuestro coloniaje, de la indignidad, de ser tratados en menos que segunda categoría ciudadana pero ya vamos igualándonos a la moda de los países que por su historia han despertado a la igualdad en el sentido de aquellos que no son heterosexuales sino que integran una gama de posibilidades que va mucho más allá de lo que se conocía como homosexualismo o lesbianismo. Aprendí desde niño el respeto, amor e igual trato hacia el homosexualismo, gracias a la audacia de una hermana mayor que al día de hoy muchos varones heterosexuales en la familia envidian por haber ella llevado a la casa, otras féminas de excelso espíritu y belleza. Queda por lo ya expresado,  estipulado cualquier reconocimiento a la igualdad y a la justicia que merece como todo heterosexual los que no quedaran por exclusión definidos como heterosexuales. Creo que la no definición es más apropiada y práctica que aquella de enumerarlos por letras por temor a que vaya a quedarse alguien fuera, exceptuado de todos los grupos y termine siendo como el gran paria de la patria, he escuchado de algunas personas reclamar que son asexuales en el sentido que no les interesa ninguna práctica sexual o convivencia con género alguno.  Estas personas son en gran sentido los ermitaños y ermitañas modernos que han escogido el celibato como manera alterna de coexistir y no ven el mundo en los aspectos sexuales, tampoco religiosos y sí quizás en los aspectos espirituales o de trascendencia metafísica. Por otra parte, hoy día definir a alguien como cien por ciento heterosexual es como reclamar la pureza racial que reclamaba Hitler en sus tiempos respecto a los arios y el resto de la humanidad.  En cuanto a los no heterosexuales tampoco existe una pureza y sus tendencias pueden variar en cualquier momento por lo cual es necesario dejar las puertas abiertas a los “números apertus” como nos gusta a los abogados. El problema con las definiciones y las etiquetas es que siempre ha de quedarse algo o alguien fuera de las categorías, por lo cual es mejor conforme a la tendencia del post modernismo, que nos alejemos de esa intención perenne clasificatoria que los mismos que buscan liberarse de ellas terminan contradictoriamente echándole mano. Es como si cada ideología terminara sustituyendo dioses que nombraban para volver a renombrar cosas. Nos debe bastar a todos que si creemos en la igualdad, la confraternidad y la solidaridad sólo reconocer la existencia de todo ser vivo incluyendo plantas y demás animales para remontar en una nueva conciencia global desde la cual dicho reconocimiento es el punto de partida para una nueva humanidad en el sentido más amplio de la palabra. Se trata de reconocer y coexistir en lugar de definir y tirar constantemente líneas que nos separan. En esa medida ya es hora que el pueblo puertorriqueño si es capaz de ponerse de acuerdo para revindicar los derechos de los no heterosexuales, que sea capaz de una vez por todas a reclamar su lugar digno en la historia humana y busque la igualdad de ostentar una soberanía conforme lo establece el derecho internacional. Que no se diga que Puerto Rico es una colonia sin hombres o mujeres con las correas en su sitio independientemente de si ya somos la Isla más "gay" o alegre del Caribe.





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