Lo que molesta es la
hipocresía más que cualquier otra cosa. No sé si será un fenómeno
intrínsecamente humano o un producto de la forma en que los homo sapiens
sapiens han montado sus respectivas sociedades. Puerto Rico es un lugar donde
la indefinición misma nos define. La razón de su carácter colonial permea toda
relación humana y la idiosincrasia de quien se llama puertorriqueño o
últimamente boricua. Ni para el gentilicio nos podemos poner de acuerdo. Al
menos en el mundo de la oficialidad somos todos puertorriqueños mientras en el
mundo del swing y el son de las identidades a conveniencia somos boricuas. Así
de momento han surgido en los últimos tiempos los autoproclamados paladines
justicieros de los derechos humanos cuyos rostros compungidos, ajados y tan
distantes de la gran masa, reclaman esa única atención del estar en la hora y
lugar precisos pues la historia les exige posar para quedar retratados o
grabados en acto de posteridad a razón de una repentina moda que los reviste y
disfraza de humanistas, abolicionistas, liberadores, gestadores, luchadores,
solidarios y dejemos el listado al numerus apertus pues esa es su
característica. No están convencidos de nada excepto de su necesidad de quedar
retratados, posando a las cámaras de la historia como si fuera suficiente con
ello borrar toda una existencia fatua de apoyo incondicional al régimen que
sufre esta Isla ya colonia por más de medio millar de años. Son como aquellos
abolicionistas que vieron la causa irremediable de la emancipación de los
esclavos negros en el siglo diecinueve. No había necesariamente convicción en
muchos de ellos pero sí mucha conveniencia y por qué no, oportunismo de pasar
para la posteridad al lado de la causa siempre justa que habría de prevalecer
no por conciencias sino por evolución irremediable del sistema. Hoy se cuelan
entre los verdaderos luchadores anónimos y públicos un gran número de
oportunistas de causas y las hacen propias no por convicción sino como lejía
que blanqueará para el ojo público sus conciencias podridas que sólo ellos y
ellas saben y reconocen en su fuero interno. La historia ha de honrar lo
genuino, la pose y la firma de estos nuevos farsantes de época nada vale y sólo
representa el endoso a lo irremediable a lo que debió ser siempre, el respeto a
la dignidad e igualdad que ningún colonialista y/o aliado de quien coloniza puede
reclamar con la frente en alto como causa propia. Marchar a última hora con los
marginados, levantar discursos sobre equidad e igualdad, enjaularse y posar
para las cámaras en honor a un preso político de quien no se ha sido solidario
ni en su causa y mucho menos en la gesta de los que como él se han atrevido a
hacer lo que se hace en cualquier lugar sometido a la indignidad colonial es un
acto de total desvergüenza más aún cuando quien funge de gobernador colonial en
estos tiempos no se ha retractado de haber llamado terrorista a Doña Lolita
Lebrón, que en paz descanse. Todo aquel que hoy va a figurear ante cámaras,
micrófonos o columnas periodísticas en nombre de la libertad, dignidad e igualdad
sin haber hecho nunca un intento genuino de liberar a su propia patria del coloniaje
es un perfecto hipócrita y adulador siempre de lo que está en boga.
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