domingo, 31 de enero de 2021

Consuelo De Dolores

Consuelo de Dolores

Se fue un día a caminar

Pues tenía que encontrar

Los fragmentos de sus flores.

Explosión de colores

Como en onda expansiva

Le urgió aquella evasiva

Y un olvido de amores.

Consuelo de Dolores

Se fue un día a la deriva.

 

Dicen quienes la vieron

Que una cresta amarilla

Sobre blanca mantilla

Flotaba desde lejos.

Resplandecía el reflejo

Cual triste despedida

Sin encontrar medida

Que pesara sus sueños.

Y más aún sus anhelos

En puerta de salida.

 

Lágrima resplandecía

Alguien osó decir

Cuando al verla partir

Destello que así lucía.

Llanto que guardaría

En moisés que cargaba

Y vacío lo alejaba

De aquella terrible aldea.

Pues es aldea, aunque sea

Ciudad tan refinada.

 

Culpas que desterraban

Mujeres buenas de antes

Por ajeno talante

Del decir que imperaba.

Apariencias guardaban

Y nacían los secretos

Por antiguos decretos

Nacían y morían almas.

Consuelo se iba en calma

Muriendo a fuego lento.

  

Consuelo de Dolores

Pisando el suelo seco

Sus lágrimas al suelo

Salpica a borbotones.

No nacen ya más flores

Imagina un pecado

Troca nardos por cardos  

Y olvida sus amores.

De tantas estaciones

Canas salen al lado.

 

Vagando por los mundos

De tanto imaginario

Plegaria en incensario

La ven desde el futuro.

Un alma con orgullo

Que un día arrebatado

Y del moisés robado

Destejió los secretos.

Le escribe con respeto

Un hijo que la honrado.

 

 

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31/01/2021

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domingo, 17 de enero de 2021

Tumbao

 




–¿Entonces te gusta profanar tumbas?

–Mhmhm

–¿Qué?

–Mhmhm

–Ya sé, estás amordazado y por supuesto que no te voy a desatar.

–frgrij.

–Bonito sonido. Me recuerdas al lagarto de la película que hablaba una lengua extraña entre resoplidos. ¿Enemigo mío se titulaba?

El aprehendido no deja de observarle con ojos extraviados en el terror suplicante de que lo suelte que no habrá de denunciarlo.

–Esa mirada de terror que tienes, la he visto tantas veces. Es mi mejor alimento, no necesito de tus palabras.

Golpeando con los zapatos enfangados el suelo donde yace amarrado desde la noche antes cuando fue sorprendido en la fantasía de su romance con su difunta esposa, gruñe nuevamente.

–No te exasperes. No puedo quitarte la mordaza, aunque quisiera.

Le mira con odio por primera vez, con ganas de asesinarle y lanza un gruñido sordo sin el efecto acústico deseado.

–La acústica aquí no es la mejor para que grites y me empeores el maldito tinitus que me está volviendo loco. Mucho menos para dejar que te escuchen. Eso es de mi exclusividad ahora. Soy tu audiencia y tú eres la mía. No tienes idea lo que es mi vida en este cementerio de mierda.

Le mira de momento reflexivo, con un dejo de compasión por el mugriento enterrador que era el orgullo del pueblo por mantener el camposanto pleno de cipreses y variada flora como un verdadero jardín del último reposo. Mantenía tumbas y panteones todas nítidas, pintadas del blanco brilloso que resplandecía hiriendo retinas en días soleados. Las gafas obscuras eran allí necesarias, más para protegerse del resplandor que para ocultar ojos lloros de dolientes en las despedidas de sus repentinamente tan queridos muertos.

–Mira, pelota de cabrón, después que yo me jodo manteniendo este cementerio al lugar de ser considerado el más hermoso del país; ¿tú vienes a profanarlo y enfangar tumbas?

Mirándole directamente a los ojos.

–Me importa un carajo que era tu difunta esposa la que estabas visitando.

La mirada cambia.

–Hablas muy bien con mirada o gestos o quizás ya he desarrollado la telepatía de tanto hablar con los muertos, muertas, muertes, muertis, o muertus… Qué se yo; porque ahora es esa la puñetera moda. Como si las calaveras que son todas iguales tuviéramos que diferenciarlas de los que fueran calaveros. ¿Cuándo has visto a una calavera que le cuelguen los cojones para diferenciarlas?

Cierra los ojos y se ríe casi sollozando.

–Búrlate; ¡hijoeputa! De seguro que eres de esa gente engreída, académicos, intelectuales, inútiles de aire acondicionado que les sobra tanto que se han puesto a joder en que hay que ser de una manera tan supuestamente inclusiva que el lenguaje que nos trajo a ver la luz de este día hay que modificarlo pues todo había sido una maldita construcción.

Con ademán de cabeza hacia los hombros le deja saber por donde se pasaba lo que acababa de escuchar.

–Díselo al que se está muriendo de hambre que no es lo mismo carne de pollo que de polla o de vaca que de buey. El hambriento poco o nada le importa si eran todas, todos, todes o lo que sea lo que había en la granja que nunca le llegó a su plato, aunque le sobró en la mesa del que discutía tanta sandez bizantina. Ahí te tiré otra palabra fina.

Una risa histérica se ha apoderado del tumbado que yace, amordazado y amarrado de pies y manos.   

–¡Construcción a mí! A mí que les construyo las últimas moradas para sus reductos mortales, yo también se usar palabras finas. ¡Pendejo!

Mirándole con cara de qué rayos te pasa a ti, canto de loco.

–No me mires así. Eso me molesta que insinúen siquiera que estoy loco.

Entonces, el prisionero de aquel panteón cierra los ojos y suspira.

–Ya vas comprendiendo. Vivo para los muertos, particularmente para los más adinerados o que fueron, esos son los que más taller me dan.

Entonces por su mente pasa la tumba de su difunta esposa que era una sencilla, sin lujos, ni siquiera nicho para adornarle con flores y/o estatuillas.

–Exactamente como lo estás pensando, miserable. Tanta nostalgia y tanta cursilería y ni siquiera te molestaste en costearle alguna tumba decente para su reposo postrero.

Una mirada hacia adentro le revuelca la culpa.

–Yo, sin embargo, le pintaba siempre que podía su tumba con la pintura que me sobraba de otros panteones. Le recogía flores de los tiestos ajenos y le hacía su propio ramo y venía y le hablaba y le escuchaba todos sus silencios de muerta abandonada.

Le mira sorprendido, impresionado.

–Por las noches, le veía flotar y vagar hacia tu residencia. Luego contagiada de tu melancolía regresaba a ponerse a hablar con su vecina. Sí, ya sabía de ti y de sus fugas. Sabía que un día, vendrías a buscarla.

Copyright © augustopoderes17 de enero de 2021


sábado, 16 de enero de 2021

Gato en Hornilla

 


Luego de los actos fúnebres de Don Cayetano De Los Santos Reynoso, que en paz descanse si puede, citaron a Plutarco Pérez para que declarara sobre un motín que se formó en dicha ocasión en el mismo cementerio. De los archivos, surge la siguiente declaración que libre, voluntariamente y a su manera redactó y juramentó el susodicho Plutarco:

“Dice el dogma que son nueve días luego de consumadas las exequias fúnebres (coloquialmente después de que sepultan al muerto) que se observan los rezos para que el alma del difunto coja el mejor de los rumbos. La última vez que estuve en uno de estos ritos tan necesarios para la paz de los vivos más que de los muertos, les cerré la función como dirían en los tiempos de antes para las fiestas, literalmente como el rosario de la aurora. Es que no aguanto las hipocresías y allí dos terribles hipócritas me vinieron a extender la mano luego de haber sido los causantes de las penas últimas del difunto por quien rezábamos. En lugar de extenderle la mano les extendí dos buenos palmetazos y es por ello por lo que me habían proscrito de todas la funerarias y casas de rezos fúnebres. Sin embargo, cuando me enteré de la muerte de quien en vida fue Cayetano De Los Santos Reynoso, alias Tanito, pedí la indulgencia de su familia, la cual es de acomodo, para que me permitiera irle a rezar, velarle, comparecer a la misa de cuerpo presente y al consabido entierro que se llevaría a cabo en el panteón de lujo que a su vez es joya arquitectónica del cementerio con mayor señorío en toda la zona. Huelga decir que allí reposan los huesos de los Peñalosa fundadores del pueblo y de todos los ilustres, esos que siempre llaman indispensables, aunque se hayan largado aún a las pailas del mismísimo infierno. Precisamente, no era que me importara que me reinstauraran a los sitios proscritos, es que tenía una encomienda del difunto la noche que partió y me visitó en sueños suplicándome que le corroborara el estado de su gato.

Resulta que don Tano, que era como se le acortaba y se le apodaba de aquel nombre tan largo, me visitó en sueños y me reveló de su muerte. Muy preocupado ya en su estado de ánima me pedía que fuera a rezar por él, a participar en todos los ritos y responsos para asegurarse de que su visión al mundo de los difuntos no fuera nada más que pasajera, como son los limbos y los purgatorios.  A mí qué me importaba, si el tipo hasta un dinero me había estafado una vez que le rendí unos servicios, sin embargo, accedí a su pedido, pues es más fuerte la curiosidad que el mismo deber de ayudar a un alma en pena.

Don Tano, pues ya de muerto no se les debe tratar a los difuntos con la confianza de un diminutivo como era el de Tanito, en el sueño me había dicho que quería corroborar si su gato lo habían quemado en una hornilla en esta orilla de la existencia tridimensional de las almas o era que le estaba esperando el gato del diablo al rojo vivo. Fue por eso que bajé al sótano de mi orgullo y me atreví a llamar a sus parientes, a la funeraria y a cuanto influyente en Peñalosa para que me permitieran asistir como dije (y me gusta cómo suena) a eso de las exequias funerales.

Es todo un espectáculo cuando la gente se muere, más si tienen alguna que otra relevancia pública. Los don nadie, como los atorrantes de cierta alcurnia llaman al humilde, no se corren apuros post morten, se mueren, los velan, los entierran y al olvido en la rueda que nos muele y nos pisa a todos. ¡Ah, pero en cuanto aquellos con cierto renombre sea bien o mal ganado es distinta la cosa! Una de las primeras cosas más allá del trillado era tan bueno, lo declaran como un indispensable. Si era tan indispensable; ¿por qué demonios se murió para podrirse como se pudre toda la materia orgánica? Indispensable será en todo caso para los gusanos y todo ente en la cadena de descomposición en el ciclo de vida. ¿Pero no éramos todos iguales ante el Creador? ¿Aún más no éramos iguales ante la ley con la declaración Universal de Derechos, la revolución francesa, la americana y todas esas latas humanas de igualité, liberté, fraternité? Pero no, los mismos que andan proclamando igualdades, auto declarándose paladines de los derechos humanos, abolicionistas de lo que esté en boga que haya que abolir, de repente se tornan exclusivistas, elitistas, exclusionistas, en fin, comemierdas de la peor calaña porque se han pasado la vida entera postulando todo lo contrario.

Y allí estaba yo, Plutarco Pérez, Don Plutarco para un acto tan solemne vestido de traje negro, puro luto, con crespón vino tinto en la solapa, sombrero negro gafas negras y sonrisa de dientes pasmados ante tanta y cada dama que en vida había manoseado el difunto, ex pediatra de todos los nacidos en los últimos cincuenta años de aquel pueblo, amante de las esposas de sus amigos que le confiaban sus criaturas y diacono comulgador de los feligreses dogmáticos que cada domingo le escuchaban sus letanías y le recibían la comunión como si de verdad fuera un varón decente.  Mirando a su viuda, la pobre anciana que le había perdonado tanta cornada total para que se le fuera a lo último con la puta flaca que nos lleva a todos, le fui adelantando esos detalles a la concurrencia. Yo mismo, que me colé y declaré sin pudor alguno por qué el tal Tanito al morir lo esperaba dogmáticamente, como me lo reveló en sueños, un gato del infierno sobre una hornilla encendida al rojo vivo.”

Copyright © augustopoderes16 de enero de 2021

jueves, 14 de enero de 2021

Concho

 


Al clarear del día, patrulleros de todos los contornos del pueblo, así como la unidad de bomberos llegaron ante las incesantes llamadas de la gente histérica que reportó haber visto todo el cementerio de Peñalosa, encendido en llamas. Con gran asombro todos se miraron entre sí cuestionándose qué rayos pudo haber pasado pues prácticamente todo el sector urbano había reportado haber visto un gran incendio y hasta escuchado los gritos que salían de entre las llamas. El jefe de la policía, el comandante Cipriano Ciruelas, era uno que desde la calle opuesta a la entrada al cementerio había visto el resplandor de las llamas. Sorprendentemente el camposanto estaba intacto por lo cual procuraron la presencia inmediata de la persona a cargo del lugar fúnebre.

–Allá viene. – Le dijo el sargento Severino Polaina al jefe que le urgía la presencia del cuidador del cementerio.

Concho Frías, con aliento a alcohol desde temprano, lo disimulaba con otro de los tufos que cargaba en su humanidad, aquel de formol que impregnaba su vestimenta severamente desliñada. A veces pensaba que era un embalsamado en vida. Pero no, todos sabemos que se trataba del enterrador del pueblo, del guarda del cementerio, del chófer de la carroza fúnebre y del remendador de situaciones y de lo que se le encargara por parte Don Cipriano Peñalosa que era el dueño de la mitad del pueblo y por supuesto de la funeraria y del cementerio, reducto último material de los que en vida se creyeron dueños de algo. Estaba dispuesto a todo, pero sin disposición ninguna por cuenta propia que no fuera generar ingresos para el sustento de su familia y su adicción al alcohol que era como podía sobrellevar aquella fetidez de cadáver que siempre le inundaba su existencia. Maltrecho con su cabello desgreñado, las patas de gallina alrededor de sus ojos marcándole profundidades prematuras al rostro de mediana edad, sin llegar a tomar café por la urgencia tuvo que empezar a contestar preguntas de la policía y los bomberos según mejor podía para su estado.

–Disculpe que lo haya hecho esperar. Tuve que llevar a mis hijas a la escuela.

–¿En el coche fúnebre?

–Pues claro. ¿En qué más? No sabe el bullicio y la alegría de toda la escuela cuando ellas llegan.

–Me imagino. Como en la televisión; ¿verdad? Pero, vamos a lo que vinimos.

–Pues yo vine porque me dijeron que usted me mandó a buscar.

–No se haga el gracioso que no estoy para chistes. ¿Qué sabe del fuego?

–¿Qué fuego?

–Se está haciendo o ignora del escandalo que formó la gente en el pueblo esta madrugada gritando que se le quemaban los muertos.

–Ah; esa era mi esposa gritándome esta mañana que se me quemaban los huevos que había puesto a freír.

–Otro chistecito y lo arresto por obstrucción a la justicia. ¡No sea charlatán!

–Está bien, está bien, pero como yo no veo que se haya quemado nada no sé por qué tanta alarma.

–Mire, la alarma es que no puede ser que todo un pueblo haya alucinado un fuego aquí en el cementerio y usted que prácticamente habita este lugar ni cuenta se haya dado y todavía bromea sin querer darse por enterado.  

–Si usted me da un segundo, rápido le traigo un libro que tengo en la carroza fúnebre que puede explicar el fenómeno.

Entonces regresando de la vieja limosina funeraria, en sus manos terrosas sostenía un libraco que fue abriendo según caminaba para ir a darle una cátedra presuntuosa al jefe policial para que no se confundiera con aquella apariencia suya pues el tipo tan inculto no lo era.

–Mira Cipriano…

–¡Joderse contigo! ¡Comandante! ¡Capitán! ¿Cuál es la confianza?

–Que te doblo la edad, te conozco desde la cuna y que enterré a tu madre…Pero no nos distraigamos. Mira estas imágenes. Son los fuegos fatuos.

El comandante haciéndose que sabía de lo que se trataba asumió de inmediato una postura aún más sobria y le dijo que era eso lo que se imaginaba había pasado. Concho lo miró con el reojo que observan los reptiles, sonrió y cerró el libro.

–Mire capitán, este cementerio es muy antiguo, con el paso del tiempo la acumulación de los minerales que por descomposición de los cadáveres ha aumentado a tal grado que contribuye a fenómenos que parecerían sobrenaturales, pero por el contrario es muy natural observarse el tipo de fenómeno que esta madrugada observó el pueblo.

–Parece que es tiempo de que se busque un nuevo lugar para un nuevo cementerio.

–Mejor digamos que los cementerios son innecesarios.

–¿Ah sí? ¿Y de qué usted va a vivir?

–¿Y quién le dijo que yo vivo con esta peste a muerto que cargo encima?

Sin esperar respuesta se fue al panteón donde había encerrado al melancólico que anoche profanó la tumba de ella.

Copyright © augustopoderes14 de enero de 2021

lunes, 11 de enero de 2021

Fósforo

 

                                                                Parte II de Brandi 

Fósforo

Cuando despertó, encontró que la almohada estaba humedecida del llanto que la noche de su amor fantasmal derramó hasta quedarse dormido. La angustia amarga y el dolor de la pena se entremezclaba aún con el sabor melancólico de aquellas galletas de higo que le potenciaron el espíritu etílico del brandy que había tomado antes de quedarse dormido y soñar que la tenía otra vez, como siempre, que le hacía el amor en aquel apego Inter dimensional que no soltaba. Entonces se levantó, serían entre las tres y cuatro de la madrugada. Miró por la ventana y volvió a ver aquel resplandor que le hechizaba, le hipnotizaba y le hacía perder el sentido de su existencia de vivo para creerse muerto, como los que estaban allá en el camposanto que desde su habitación en aquella casa desolada que habitaba se podía observar.

Lloviznaba y los faroles resplandecían su luz artificial reflejada en los charcos del pavimento y las losas de las tumbas incoloras, severas en su posteridad de lo que en su momento lo allí guardado brilló en luces multicolores. La madrugada, húmeda de tenues contrastes blanquecinos al resplandor del halógeno dejaba entrever como de las tumbas emergían halos. Eran como llamas bailarinas sobre estas, entre panteones y sobre el granito, estaba ella sola insinuándose en ondas de brisa sin prisa. Aspiró como un alivio de realidad, se sumergió en aquel llamado seductor de ultratumba y sin darse cuenta, estaba con ella, otra vez allí sentado sobre el epitafio. Ella le sonrió, otra vez con pena. Aquel acto de negación no la traería a la vida, no lo volvería a ser de él la esposa. Una vez se es viudo siempre se ha de serlo. Le quedaba vivir con aquella realidad y si ella no le visitaba a la casa, entonces él como aquella madrugada llegaba hasta su tumba y pretendía ignorar el hecho de la partida eterna, pero más aún, pretendía ser, él el muerto.

Cuando la visitaba al panteón, no hacían el amor como en la casa por respeto a las ánimas que en el cementerio estaban despiertas en los diferentes asuntos dejados pendientes en la vida física. Se ponían a filosofar, a hablar de los elementos, de las estrellas y terminaban mirándose a los ojos para verse en ellos como estrellas reducidas inmortales en sus elementos que entre el vivo y el fallecido persistían. Somos eternos, le dijo ella. Él la ignoró y siguió mirando galaxias más allá de las miradas, allende la noche y las estrellas que tintineaban tímidamente entre la niebla y las nubes de las lloviznas intermitentes.

–¿Sabes que soy más afrodisiaca que antes?

–Lo sé. – Le contestó y tragó grueso.

–No, en serio. – Él la miró con la más profunda de las melancolías y ella prosiguió.  Estamos compuestos de lo mismo que están compuestas esas estrellas que miras.

–Lo sé. Como dicen, estamos hechos de polvo de estrellas.

–Lo has dicho bien. Como dicen. Nunca pude con los que se adjudicaban como de ellos lo que se ha dicho por siempre. Poco puede decir el humano que no se haya dicho por nuestros más antiguos ancestros.

–Siempre fuiste humilde.

–Humilde, no. Fui realista y auténtica en la medida que mi conciencia me dio para ello. A veces me creía ser auténtica, pero realmente era inteligente a la vez que excesivamente ignorante. Además, leí a Unamuno y a los grandes.

–Pero no mostraste nunca arrogancia, ni soberbia.

–Tú me amabas tanto. ¿Cómo ibas a notarlo?

–Quizás, eso sentía, pero nunca supe protestarlo porque me seducías y yo me rendía.

–Tenemos un pacto. En el cementerio ni nos besamos.

–Es cierto. – Le dijo mientras retrocedía el paso avanzado.

–Pero quizás debamos hacer una excepción a la vez que un sacrificio.

Él la miró con ojos casi llorosos pues cuando de sacrificios se trataba sabía que era para cumplirlos a cabalidad y sin remedio. La condición por supuesto valdría la pena y por eso una taquicardia repentina le bombeaba aquellos lagrimones que intentaba reprimir ante ella.

–Llora.

Ya sin remedio el resto de la noche, la losa de la tumba permanecería salpicada por lágrimas viejas, abortadas en tantos otros tiempos, recicladas en almohadas, renacidas en recuerdos y melancolías para por fin soltarlas definitivamente de aquel ciclo ante ella que se iba pareciendo a la despedida que él se negaba a conceder.

–Volviendo al tema del polvo de estrellas, de nuestra composición química orgánica y en particular la virtud afrodisiaca que todavía ejerzo en ti. – Ante el ademán de una respuesta, ella llevó su índice a sus labios de fantasma para que él siguiera guardando silencio entre sus lágrimas y prosiguió. – Ya de todos los minerales de los que estamos compuestos lo que más abunda en esta fosa es el fósforo.

Al amanecer, el cementerio ardía en llamas.

Copyright © augustopoderes11 de enero de 2021

https://youtu.be/_MpQ4XOO99E?list=RDMM_MpQ4XOO99E


miércoles, 6 de enero de 2021

Mirra


De madrugada llegaron 

Unos magos o unos reyes

Tres eran, con sus presentes 

Y al niño Dios adoraron. 

De sus ánforas sacaron 

Cada uno un gran tesoro 

Mirra, incienso y también oro

Como símbolos de vida.

La virgen agradecida 

Con ángeles dijo a coro:


Les estoy agradecida 

Por los regalos al niño 

Les deseo con gran cariño 

Sean sus almas bendecidas.

Y aunque estoy agradecida 

Y José con su trastorno 

Confundido, lo perdono 

Dije mirra y sólo mira.

¡No es que mires, es que es Mirra!

Le dije con muy buen tono.


Los reyes en alborozo

Se rieron de aquel chiste 

Más callaron al convite

De la virgen al decoro.

Menudo era el alboroto 

Entre reyes y pastores

Y anticipando dolores

Guardaba María la Mirra.

Pues El Niño estaba en mira

Del destino y sus pasiones.


El oro será el sustento 

De la vida material;

El incienso espiritual 

Para el alma y su aposento.

Pero Mirra no comprendo 

Por qué la han de regalar 

Decía María al indagar 

De aquel terrible portento.

Si la Mirra es un ungüento 

Para un cuerpo embalsamar. 


Apretando dentaduras

Todos miraron a un rey

Cuestionaron en qué ley

Fue ordenada de la altura.

Baltasar con gran premura

Unos rollos les leyó 

Y muy bien les recordó 

Que la historia estaba escrita.

Que el destino es cosa estricta 

Pues habrá crucifixión.


Todos traemos la Mirra 

Del amargo y del dolor 

Es símbolo y es amor 

De saber vivir la vida.

Y por eso se precisa

Recordar de la pasión 

Ofrenda que es de dolor 

Para pulir toda el alma.

No brilla nunca una flama

Si no se quema al amor.


La virgen con gran dolor 

Despedía así a los Reyes.

“De arriba vienen las leyes

Y así las asumo yo.”

Entonces allí cantó 

Un gallo la madrugada 

Presagio del que cantara 

A un Pedro su negación.

La existencia es una canción 

Que hoy a los Reyes proclama. 

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06/01/21

domingo, 3 de enero de 2021

Ganas de Primavera






Ha florecido temprano 

El campo de madreselvas 

De lilas y de violetas,

De heliconias y de mangos. 

Flores te voy entregando 

Que recogí en la floresta 

Se escucha como una orquesta 

Pájaros cantan a coro. 

Y de tu rostro el sonrojo

Son ganas de primavera.


Revientas tu risa en flores

De sonrisas y suspiros

Vaya trecho recorrido

Entre llantos y dolores.

El sol te baña en colores

El amor no tiene anemia 

Ni siquiera la Pandemia 

Las ganas no te detiene

Lo observo así de repente 

Son ganas de primavera.

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030121