–¿Entonces te gusta profanar tumbas?
–Mhmhm
–¿Qué?
–Mhmhm
–Ya sé, estás amordazado y por supuesto que no te voy
a desatar.
–frgrij.
–Bonito sonido. Me recuerdas al lagarto de la película
que hablaba una lengua extraña entre resoplidos. ¿Enemigo mío se titulaba?
El aprehendido no deja de observarle con ojos
extraviados en el terror suplicante de que lo suelte que no habrá de denunciarlo.
–Esa mirada de terror que tienes, la he visto tantas
veces. Es mi mejor alimento, no necesito de tus palabras.
Golpeando con los zapatos enfangados el suelo donde yace
amarrado desde la noche antes cuando fue sorprendido en la fantasía de su
romance con su difunta esposa, gruñe nuevamente.
–No te exasperes. No puedo quitarte la mordaza, aunque
quisiera.
Le mira con odio por primera vez, con ganas de
asesinarle y lanza un gruñido sordo sin el efecto acústico deseado.
–La acústica aquí no es la mejor para que grites y me
empeores el maldito tinitus que me está volviendo loco. Mucho menos para
dejar que te escuchen. Eso es de mi exclusividad ahora. Soy tu audiencia y tú
eres la mía. No tienes idea lo que es mi vida en este cementerio de mierda.
Le mira de momento reflexivo, con un dejo de compasión
por el mugriento enterrador que era el orgullo del pueblo por mantener el camposanto
pleno de cipreses y variada flora como un verdadero jardín del último reposo. Mantenía
tumbas y panteones todas nítidas, pintadas del blanco brilloso que resplandecía
hiriendo retinas en días soleados. Las gafas obscuras eran allí necesarias, más
para protegerse del resplandor que para ocultar ojos lloros de dolientes en las
despedidas de sus repentinamente tan queridos muertos.
–Mira, pelota de cabrón, después que yo me jodo
manteniendo este cementerio al lugar de ser considerado el más hermoso del país;
¿tú vienes a profanarlo y enfangar tumbas?
Mirándole directamente a los ojos.
–Me importa un carajo que era tu difunta esposa la que
estabas visitando.
La mirada cambia.
–Hablas muy bien con mirada o gestos o quizás ya he
desarrollado la telepatía de tanto hablar con los muertos, muertas, muertes, muertis,
o muertus… Qué se yo; porque ahora es esa la puñetera moda. Como si las
calaveras que son todas iguales tuviéramos que diferenciarlas de los que fueran
calaveros. ¿Cuándo has visto a una calavera que le cuelguen los cojones para
diferenciarlas?
Cierra los ojos y se ríe casi sollozando.
–Búrlate; ¡hijoeputa! De seguro que eres de esa gente engreída,
académicos, intelectuales, inútiles de aire acondicionado que les sobra tanto
que se han puesto a joder en que hay que ser de una manera tan supuestamente inclusiva
que el lenguaje que nos trajo a ver la luz de este día hay que modificarlo pues
todo había sido una maldita construcción.
Con ademán de cabeza hacia los hombros le deja saber
por donde se pasaba lo que acababa de escuchar.
–Díselo al que se está muriendo de hambre que no es lo
mismo carne de pollo que de polla o de vaca que de buey. El hambriento poco o
nada le importa si eran todas, todos, todes o lo que sea lo que había en la
granja que nunca le llegó a su plato, aunque le sobró en la mesa del que
discutía tanta sandez bizantina. Ahí te tiré otra palabra fina.
Una risa histérica se ha apoderado del tumbado que yace,
amordazado y amarrado de pies y manos.
–¡Construcción a mí! A mí que les construyo las últimas
moradas para sus reductos mortales, yo también se usar palabras finas. ¡Pendejo!
Mirándole con cara de qué rayos te pasa a ti, canto de
loco.
–No me mires así. Eso me molesta que insinúen siquiera
que estoy loco.
Entonces, el prisionero de aquel panteón cierra los
ojos y suspira.
–Ya vas comprendiendo. Vivo para los muertos, particularmente
para los más adinerados o que fueron, esos son los que más taller me dan.
Entonces por su mente pasa la tumba de su difunta
esposa que era una sencilla, sin lujos, ni siquiera nicho para adornarle con
flores y/o estatuillas.
–Exactamente como lo estás pensando, miserable. Tanta
nostalgia y tanta cursilería y ni siquiera te molestaste en costearle alguna
tumba decente para su reposo postrero.
Una mirada hacia adentro le revuelca la culpa.
–Yo, sin embargo, le pintaba siempre que podía su
tumba con la pintura que me sobraba de otros panteones. Le recogía flores de
los tiestos ajenos y le hacía su propio ramo y venía y le hablaba y le
escuchaba todos sus silencios de muerta abandonada.
Le mira sorprendido, impresionado.
–Por las noches, le veía flotar y vagar hacia tu
residencia. Luego contagiada de tu melancolía regresaba a ponerse a hablar con
su vecina. Sí, ya sabía de ti y de sus fugas. Sabía que un día, vendrías a
buscarla.
Copyright © augustopoderes17 de enero
de 2021