Parte II de Brandi
Fósforo
Cuando despertó, encontró que la almohada estaba
humedecida del llanto que la noche de su amor fantasmal derramó hasta quedarse
dormido. La angustia amarga y el dolor de la pena se entremezclaba aún con el
sabor melancólico de aquellas galletas de higo que le potenciaron el espíritu
etílico del brandy que había tomado antes de quedarse dormido y soñar que la
tenía otra vez, como siempre, que le hacía el amor en aquel apego Inter
dimensional que no soltaba. Entonces se levantó, serían entre las tres y cuatro
de la madrugada. Miró por la ventana y volvió a ver aquel resplandor que le
hechizaba, le hipnotizaba y le hacía perder el sentido de su existencia de vivo
para creerse muerto, como los que estaban allá en el camposanto que desde su habitación
en aquella casa desolada que habitaba se podía observar.
Lloviznaba y los faroles resplandecían su luz
artificial reflejada en los charcos del pavimento y las losas de las tumbas incoloras,
severas en su posteridad de lo que en su momento lo allí guardado brilló en
luces multicolores. La madrugada, húmeda de tenues contrastes blanquecinos al
resplandor del halógeno dejaba entrever como de las tumbas emergían halos. Eran
como llamas bailarinas sobre estas, entre panteones y sobre el granito, estaba
ella sola insinuándose en ondas de brisa sin prisa. Aspiró como un alivio de realidad,
se sumergió en aquel llamado seductor de ultratumba y sin darse cuenta, estaba
con ella, otra vez allí sentado sobre el epitafio. Ella le sonrió, otra vez con
pena. Aquel acto de negación no la traería a la vida, no lo volvería a ser de
él la esposa. Una vez se es viudo siempre se ha de serlo. Le quedaba vivir con
aquella realidad y si ella no le visitaba a la casa, entonces él como aquella
madrugada llegaba hasta su tumba y pretendía ignorar el hecho de la partida
eterna, pero más aún, pretendía ser, él el muerto.
Cuando la visitaba al panteón, no hacían el amor como
en la casa por respeto a las ánimas que en el cementerio estaban despiertas en los
diferentes asuntos dejados pendientes en la vida física. Se ponían a filosofar,
a hablar de los elementos, de las estrellas y terminaban mirándose a los ojos
para verse en ellos como estrellas reducidas inmortales en sus elementos que entre
el vivo y el fallecido persistían. Somos eternos, le dijo ella. Él la
ignoró y siguió mirando galaxias más allá de las miradas, allende la noche y
las estrellas que tintineaban tímidamente entre la niebla y las nubes de las
lloviznas intermitentes.
–¿Sabes que soy más afrodisiaca que antes?
–Lo sé. – Le contestó y tragó grueso.
–No, en serio. – Él la miró con la más profunda de las
melancolías y ella prosiguió. Estamos
compuestos de lo mismo que están compuestas esas estrellas que miras.
–Lo sé. Como dicen, estamos hechos de polvo de
estrellas.
–Lo has dicho bien. Como dicen. Nunca pude con
los que se adjudicaban como de ellos lo que se ha dicho por siempre. Poco puede
decir el humano que no se haya dicho por nuestros más antiguos ancestros.
–Siempre fuiste humilde.
–Humilde, no. Fui realista y auténtica en la medida que
mi conciencia me dio para ello. A veces me creía ser auténtica, pero realmente
era inteligente a la vez que excesivamente ignorante. Además, leí a Unamuno y a
los grandes.
–Pero no mostraste nunca arrogancia, ni soberbia.
–Tú me amabas tanto. ¿Cómo ibas a notarlo?
–Quizás, eso sentía, pero nunca supe protestarlo
porque me seducías y yo me rendía.
–Tenemos un pacto. En el cementerio ni nos besamos.
–Es cierto. – Le dijo mientras retrocedía el paso
avanzado.
–Pero quizás debamos hacer una excepción a la vez que
un sacrificio.
Él la miró con ojos casi llorosos pues cuando de
sacrificios se trataba sabía que era para cumplirlos a cabalidad y sin remedio.
La condición por supuesto valdría la pena y por eso una taquicardia repentina
le bombeaba aquellos lagrimones que intentaba reprimir ante ella.
–Llora.
Ya sin remedio el resto de la noche, la losa de la
tumba permanecería salpicada por lágrimas viejas, abortadas en tantos otros
tiempos, recicladas en almohadas, renacidas en recuerdos y melancolías para por
fin soltarlas definitivamente de aquel ciclo ante ella que se iba pareciendo a
la despedida que él se negaba a conceder.
–Volviendo al tema del polvo de estrellas, de nuestra composición
química orgánica y en particular la virtud afrodisiaca que todavía ejerzo en ti.
– Ante el ademán de una respuesta, ella llevó su índice a sus labios de
fantasma para que él siguiera guardando silencio entre sus lágrimas y
prosiguió. – Ya de todos los minerales de los que estamos compuestos lo que más
abunda en esta fosa es el fósforo.
Al amanecer, el cementerio ardía en llamas.
Copyright © augustopoderes11 de enero
de 2021
https://youtu.be/_MpQ4XOO99E?list=RDMM_MpQ4XOO99E
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