domingo, 17 de enero de 2021

Tumbao

 




–¿Entonces te gusta profanar tumbas?

–Mhmhm

–¿Qué?

–Mhmhm

–Ya sé, estás amordazado y por supuesto que no te voy a desatar.

–frgrij.

–Bonito sonido. Me recuerdas al lagarto de la película que hablaba una lengua extraña entre resoplidos. ¿Enemigo mío se titulaba?

El aprehendido no deja de observarle con ojos extraviados en el terror suplicante de que lo suelte que no habrá de denunciarlo.

–Esa mirada de terror que tienes, la he visto tantas veces. Es mi mejor alimento, no necesito de tus palabras.

Golpeando con los zapatos enfangados el suelo donde yace amarrado desde la noche antes cuando fue sorprendido en la fantasía de su romance con su difunta esposa, gruñe nuevamente.

–No te exasperes. No puedo quitarte la mordaza, aunque quisiera.

Le mira con odio por primera vez, con ganas de asesinarle y lanza un gruñido sordo sin el efecto acústico deseado.

–La acústica aquí no es la mejor para que grites y me empeores el maldito tinitus que me está volviendo loco. Mucho menos para dejar que te escuchen. Eso es de mi exclusividad ahora. Soy tu audiencia y tú eres la mía. No tienes idea lo que es mi vida en este cementerio de mierda.

Le mira de momento reflexivo, con un dejo de compasión por el mugriento enterrador que era el orgullo del pueblo por mantener el camposanto pleno de cipreses y variada flora como un verdadero jardín del último reposo. Mantenía tumbas y panteones todas nítidas, pintadas del blanco brilloso que resplandecía hiriendo retinas en días soleados. Las gafas obscuras eran allí necesarias, más para protegerse del resplandor que para ocultar ojos lloros de dolientes en las despedidas de sus repentinamente tan queridos muertos.

–Mira, pelota de cabrón, después que yo me jodo manteniendo este cementerio al lugar de ser considerado el más hermoso del país; ¿tú vienes a profanarlo y enfangar tumbas?

Mirándole directamente a los ojos.

–Me importa un carajo que era tu difunta esposa la que estabas visitando.

La mirada cambia.

–Hablas muy bien con mirada o gestos o quizás ya he desarrollado la telepatía de tanto hablar con los muertos, muertas, muertes, muertis, o muertus… Qué se yo; porque ahora es esa la puñetera moda. Como si las calaveras que son todas iguales tuviéramos que diferenciarlas de los que fueran calaveros. ¿Cuándo has visto a una calavera que le cuelguen los cojones para diferenciarlas?

Cierra los ojos y se ríe casi sollozando.

–Búrlate; ¡hijoeputa! De seguro que eres de esa gente engreída, académicos, intelectuales, inútiles de aire acondicionado que les sobra tanto que se han puesto a joder en que hay que ser de una manera tan supuestamente inclusiva que el lenguaje que nos trajo a ver la luz de este día hay que modificarlo pues todo había sido una maldita construcción.

Con ademán de cabeza hacia los hombros le deja saber por donde se pasaba lo que acababa de escuchar.

–Díselo al que se está muriendo de hambre que no es lo mismo carne de pollo que de polla o de vaca que de buey. El hambriento poco o nada le importa si eran todas, todos, todes o lo que sea lo que había en la granja que nunca le llegó a su plato, aunque le sobró en la mesa del que discutía tanta sandez bizantina. Ahí te tiré otra palabra fina.

Una risa histérica se ha apoderado del tumbado que yace, amordazado y amarrado de pies y manos.   

–¡Construcción a mí! A mí que les construyo las últimas moradas para sus reductos mortales, yo también se usar palabras finas. ¡Pendejo!

Mirándole con cara de qué rayos te pasa a ti, canto de loco.

–No me mires así. Eso me molesta que insinúen siquiera que estoy loco.

Entonces, el prisionero de aquel panteón cierra los ojos y suspira.

–Ya vas comprendiendo. Vivo para los muertos, particularmente para los más adinerados o que fueron, esos son los que más taller me dan.

Entonces por su mente pasa la tumba de su difunta esposa que era una sencilla, sin lujos, ni siquiera nicho para adornarle con flores y/o estatuillas.

–Exactamente como lo estás pensando, miserable. Tanta nostalgia y tanta cursilería y ni siquiera te molestaste en costearle alguna tumba decente para su reposo postrero.

Una mirada hacia adentro le revuelca la culpa.

–Yo, sin embargo, le pintaba siempre que podía su tumba con la pintura que me sobraba de otros panteones. Le recogía flores de los tiestos ajenos y le hacía su propio ramo y venía y le hablaba y le escuchaba todos sus silencios de muerta abandonada.

Le mira sorprendido, impresionado.

–Por las noches, le veía flotar y vagar hacia tu residencia. Luego contagiada de tu melancolía regresaba a ponerse a hablar con su vecina. Sí, ya sabía de ti y de sus fugas. Sabía que un día, vendrías a buscarla.

Copyright © augustopoderes17 de enero de 2021


No hay comentarios:

Publicar un comentario