jueves, 14 de enero de 2021

Concho

 


Al clarear del día, patrulleros de todos los contornos del pueblo, así como la unidad de bomberos llegaron ante las incesantes llamadas de la gente histérica que reportó haber visto todo el cementerio de Peñalosa, encendido en llamas. Con gran asombro todos se miraron entre sí cuestionándose qué rayos pudo haber pasado pues prácticamente todo el sector urbano había reportado haber visto un gran incendio y hasta escuchado los gritos que salían de entre las llamas. El jefe de la policía, el comandante Cipriano Ciruelas, era uno que desde la calle opuesta a la entrada al cementerio había visto el resplandor de las llamas. Sorprendentemente el camposanto estaba intacto por lo cual procuraron la presencia inmediata de la persona a cargo del lugar fúnebre.

–Allá viene. – Le dijo el sargento Severino Polaina al jefe que le urgía la presencia del cuidador del cementerio.

Concho Frías, con aliento a alcohol desde temprano, lo disimulaba con otro de los tufos que cargaba en su humanidad, aquel de formol que impregnaba su vestimenta severamente desliñada. A veces pensaba que era un embalsamado en vida. Pero no, todos sabemos que se trataba del enterrador del pueblo, del guarda del cementerio, del chófer de la carroza fúnebre y del remendador de situaciones y de lo que se le encargara por parte Don Cipriano Peñalosa que era el dueño de la mitad del pueblo y por supuesto de la funeraria y del cementerio, reducto último material de los que en vida se creyeron dueños de algo. Estaba dispuesto a todo, pero sin disposición ninguna por cuenta propia que no fuera generar ingresos para el sustento de su familia y su adicción al alcohol que era como podía sobrellevar aquella fetidez de cadáver que siempre le inundaba su existencia. Maltrecho con su cabello desgreñado, las patas de gallina alrededor de sus ojos marcándole profundidades prematuras al rostro de mediana edad, sin llegar a tomar café por la urgencia tuvo que empezar a contestar preguntas de la policía y los bomberos según mejor podía para su estado.

–Disculpe que lo haya hecho esperar. Tuve que llevar a mis hijas a la escuela.

–¿En el coche fúnebre?

–Pues claro. ¿En qué más? No sabe el bullicio y la alegría de toda la escuela cuando ellas llegan.

–Me imagino. Como en la televisión; ¿verdad? Pero, vamos a lo que vinimos.

–Pues yo vine porque me dijeron que usted me mandó a buscar.

–No se haga el gracioso que no estoy para chistes. ¿Qué sabe del fuego?

–¿Qué fuego?

–Se está haciendo o ignora del escandalo que formó la gente en el pueblo esta madrugada gritando que se le quemaban los muertos.

–Ah; esa era mi esposa gritándome esta mañana que se me quemaban los huevos que había puesto a freír.

–Otro chistecito y lo arresto por obstrucción a la justicia. ¡No sea charlatán!

–Está bien, está bien, pero como yo no veo que se haya quemado nada no sé por qué tanta alarma.

–Mire, la alarma es que no puede ser que todo un pueblo haya alucinado un fuego aquí en el cementerio y usted que prácticamente habita este lugar ni cuenta se haya dado y todavía bromea sin querer darse por enterado.  

–Si usted me da un segundo, rápido le traigo un libro que tengo en la carroza fúnebre que puede explicar el fenómeno.

Entonces regresando de la vieja limosina funeraria, en sus manos terrosas sostenía un libraco que fue abriendo según caminaba para ir a darle una cátedra presuntuosa al jefe policial para que no se confundiera con aquella apariencia suya pues el tipo tan inculto no lo era.

–Mira Cipriano…

–¡Joderse contigo! ¡Comandante! ¡Capitán! ¿Cuál es la confianza?

–Que te doblo la edad, te conozco desde la cuna y que enterré a tu madre…Pero no nos distraigamos. Mira estas imágenes. Son los fuegos fatuos.

El comandante haciéndose que sabía de lo que se trataba asumió de inmediato una postura aún más sobria y le dijo que era eso lo que se imaginaba había pasado. Concho lo miró con el reojo que observan los reptiles, sonrió y cerró el libro.

–Mire capitán, este cementerio es muy antiguo, con el paso del tiempo la acumulación de los minerales que por descomposición de los cadáveres ha aumentado a tal grado que contribuye a fenómenos que parecerían sobrenaturales, pero por el contrario es muy natural observarse el tipo de fenómeno que esta madrugada observó el pueblo.

–Parece que es tiempo de que se busque un nuevo lugar para un nuevo cementerio.

–Mejor digamos que los cementerios son innecesarios.

–¿Ah sí? ¿Y de qué usted va a vivir?

–¿Y quién le dijo que yo vivo con esta peste a muerto que cargo encima?

Sin esperar respuesta se fue al panteón donde había encerrado al melancólico que anoche profanó la tumba de ella.

Copyright © augustopoderes14 de enero de 2021

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